viernes, 28 de diciembre de 2012

The Hobbit



Vuelta a la comarca. Por fin llegó la hora de disfrutar del universo Tolkien. Pasados casi diez años desde la sublime "El Retorno del Rey", Peter Jackson vuelve a contar la particular historia del autor sudafricano J. R. R. Tolkien.

Cuando el cine se pone a oscuras, el espectador se sumerge en los bellos parajes de la comarca (rodados como sabréis en Nueva Zelanda), y lo hace de lleno. El esplendor con que Jackson dirije la cámara es puro espectáculo. Los ángulos cenitales otorgan a la dirección de un papel esencial para mantener la frenética escala de aventuras de la película. 

Esencia. Quizá ésta sea la palabra que resume mejor lo que los ciento sesenta minutos de magia proponen. Una especie de vuelta al maravilloso orígen de la anterior trilogía. Mágica a todos los efectos. Y es que la sensación de volver a sentir aquellos parajes, aventuras y diálogos muy fluidos se acrecenta cuando el film se inicia. Esto es bueno, y por desgracia, malo. Por el lado positivo encontramos la certeza de que el mundo elegantemente propuesto por el director noezelandés sigue en pie, y con muy buena forma. Los momentos humorísticos son mayores, la dósis de aventuras prácticamente iguala -o incluso supera- las de las otras películas y el emocionante ritmo no decae en ningún momento haciéndote pasar las casi tres horas como si fueran tres minutos. 
Por contra, y lamentablemente, el cerebro humano tiende a comparar elementos parecidos por muy diferentes que parezcan. Y si lo hacemos aquí, "El Hobbit" tiende a salir ligeramente perjudicado. Sé que es injusto el término "comparación", pero es inevitable. Por culpa del éxito que la anterior trilogía ha bebido, la sensación algo diáfana que queda al finalizar esta primera parte es relativa. No es vacío, no llega exactamente a ser un arrepentimiento -pues la cinta está muy bien hecha, y entretiene mucho-, pero otorga un halo de desilusión gradual, que va creciendo hasta el insulso -y climático, como no podía ser de otra forma esperando dos espisodios más- final. 

La reunión de los poderosos allanará el camino a seguir

Mero entretenimiento. La historia tarda en arrancar, pero lo hace con empuje y colma las ganas de los más puristas con la aparición de Frodo. De hecho, antes de comenzar con el flashback principal, que da vida a "El Hobbit", Bilbo y Frodo coinciden varias escenas durante la preparación de la "despedida" de Bilbo. Es aquí donde el espectador vuelve a sonreír al imaginar todo lo que luego sucederá. Si unimos mentalmente todas las secuencias que quedan en la cabeza, la diversión no nos abandonará en todo el metraje. 

Los cameos son, en general, otro de los puntos fuertes de la película. Sirven para aliviar el exigente lado purista, y suman para el resto de perfiles que vean la cinta. En ambos casos, ver caras conocidas ayuda a mantener ambos universos unidos, y eso nunca puede ser malo. Volvemos a observar a un Saruman "bueno", donde sesenta años antes aún no existía la traición que tuvo lugar durante la trilogía posterior, y esto también está muy bien conseguido, haciendo que te olvides por completo de posteriores trifulcas entre los protagonistas. Esto dice mucho de la atmósfera y del ritmo alto que mantiene en cuanto a tensión y acontecimientos. La película, repito, es muy digna. Pero...

Los graciosos -y estúpidos- trolls, una de las partes más ingeniosos del film 

El humor es, sin duda, uno de los grandes guiños al libro de Tolkien. Perfectamente adaptado, por otra parte, los golpes de humor son seña de identidad durante todo el metraje. El guión firmado por hasta cuatro personas -entre ellos Guillermo del Toro, principal ideólogo de la idea hasta que abandonó el proyecto- está perfectamente asociado al libro -incluso más fiel que la anterior adaptación- y su frescura hace más llevadera la carga de minutos un tanto insustanciales.

Sí, hay demasiados minutos "discutibles". Esta sensación es incómoda, porque el espectador, cuando ve este tipo de aventuras, tiende a querer que los acontecimientos se cuenten con detalle... pero quizás no tanto. La verdad es que no tiene pérdida, todo está contado a las mil maravillas, pero al salir del cine, con sólo abrir las orejas un poco se puede escuchar lo que todos pensamos: ¿Por qué tres películas? En efecto, la opinión que antes contaba es mútua entre los asistentes. Da la sensación de que han querido empacar demasiado durante otras nueve horas (divididas en tres partes), y las trescientas treinta páginas de "El Hobbit" no dan para tanta película. Es obvio, la gallina de los huevos de oro va a funcionar, pero el espectador es inteligente. No se deja amedrentar por números, lo que quiere son hechos. Aquí es donde lamentablemente el film decae ligeramente con respecto a los anteriores. Se han adornado demasiado en detalles bastante banales -sabemos que hay trece enanos, pero, ¿es necesario presentarlos a todos?- Para gustos, los colores, pero yo creo que unos cuarenta minutos totales sobran definitivamente. Esta reducción de metraje innecesario habría dado un impulso al ritmo. No obstante, los productores saben del buen hacer de Jackson, y el dinero volverá a las arcas en mayor cantidad dividiendo entre tres, en vez de entre dos. Pues dos películas habría sido ideal.


Una pena, pero los hechos mandan. Repito y resumo, no es que la película esté mal, no hay arrepentimiento, no deja un vacío perenne, pero honestamente, deja algo que desear. La atmósfera se mantiene -o incrementa-, los paisajes son impresionantes, la música es reveladora y elegante a partes iguales. Todo. Todo en general está bien, pero si lo miramos desde el lado más particular y puro, que es el visionado, podremos observar que le falta algo -en este caso, casi que le sobra- que hubiese mantenido mejor las ganas terribles que tendríamos de ver la segunda parte. En mi caso, ya no me muero de ganas de hacerlo. Podría incluso decir que no iré a verla en la primera semana. Y esto es algo impensable cuando apareció "Las Dos Torres", puse pies en polvorosa para verla el mismo día del estreno. ¿Ha perdido el factor sorpresa? Evidentemente, ni lo comento. Es obvio. La peli no sorprende, pero no queremos que lo haga. Lo que queremos -y hay que aplaudir porque lo han conseguido a la perfección- es rememorar aquellos mágicos momentos rodeados de hobbits, enanos y trasgos que pelean por su propia identidad. Maravilloso colofón de paisajes que agradan la vista del espectador, creando vida desde el inicio, dando ese toque personal que sólo Jackson puede dar. Es algo grande, la película es grande. Sin embargo, entiendo a gente que pueda haberle dejado con ganas de más, y gente que pueda coincidir con lo que aquí narramos. Puede que le sobren cosas para unos, o que le falten para otros, pero lo que está claro es que "El Hobbit" entretiene, impresiona y rememora momentos anteriores con espectaculares efectos especiales y elenco de actores muy bien elegido. Os toca a vosotros decidir. Esto es un viaje inesperado...

sábado, 8 de diciembre de 2012

Luna Sangrienta



Cuenta la leyenda que la luna trae consigo la maldad más absoluta y etérea de todas las perceptibles. Dicen la luna ha engendrado monstruos en el útero de mujeres humanas. La Diosa de las brujas por excelencia, más conocida como Hécate, fue una devota de la luna e iba acompañada por una jauría de perros infernales, que la guiaban para sembrar al mundo de impiedad.

Muchas son las leyendas que el astro muerto nos ha ido otorgando a lo largo de la historia de la literatura. Muchos son también los dichos de mal fario que se le atribuyen. "La cara oculta de la luna", ese lugar que nunca se ve, que no deja nada a la vista, puede hacer residir el mayor mal jamás encontrado.


El gran Ramsey Campbell se sitúa otra vez varios pasos adelante en cuanto a calidad narrativa con respecto a otros autores más famosos, pero sin duda, menos prestigiosos que el inglés de Liverpool. Haciendo un tributo elegante de un genio del género como es H.P. Lovecraft, Campbell sitúa el onírico mundo de criaturas y deidades diabólicas de otro mundo en el contemporáneo norte de Inglaterra. La influencia con respecto al autor norteamericano es sustancial, como así lo son las enfermizas criaturas que se alimentan de la luna para catalizar a la eternidad de la oscuridad.


La extensión de la novela es incalculable. No sólo por el número de páginas, que es bastante mayor que cualquier otra de sus obras, sino por el complejo catálogo de personajes que aparecen en ella. Entre el vaivén de máscaras, Diana Kramer puede considerarse como el principal. La jóven, maestra norteamericana que viene a trabajar a la pequeña aldea de Moonwell (interesante juego de palabras en inglés), empieza a impregnarse de las particularidades de la pequeña zona rural que la ocupa. Con el paso del tiempo, su escepticismo, relacionado con el culto a la luna, las costumbres extrañas de los aldeanos y el confuso entorno -donde el pueblo queda sumido en tinieblas entre árboles, se va disipando, creando un vínculo perdido entre la realidad vecinal y lo que verdaderamente sucede en aquel pueblo.


Los bosques mencionados en el párrafo anterior tienen una importancia clave en el desarrollo de los acontecimientos durante la novela. Al parecer, el nombre del pueblo "Moonwell" (algo así como "pozo lunar", si separamos cada significado aparte), deriva de una mastodóntica marmita de granito rodeada de por unos brezales, en lo alto del monte. Con la brillante narrativa descriptiva del autor inglés se puede percibir que por grandes que los muros sean, la profundidad de aquel cráter no se nota ni con la mayor luz solar. Impresionante el papel de la oscuridad en el libro. Inmejorable la capacidad descriptiva del autor inglés.


No obstante, la complejidad de la novela no permite contar bien los detalles que lo acontecen. Es tanta la información, los personajes y sus interacciones, que el lector puede perderse en varias ocasiones, quedando una sensación de sobrecarga de información. Aún así, recuerdo haber pasado miedo -contexto realista aparte- leyendo las situaciones rocambolescas que la tiranía y el fanatismo religioso dejan entrever en una sociedad moderna cualquiera. Ahí entra el papel del fanático religioso que sume al pueblo en la más estrecha soledad: Godwin Mann. El predicador, lava el cerebro a la mayoría de la gente, queriendo mostrar el gran poder del Dios lunar. Para ello, acampa cerca de los brezales para estar cerca de su deidad. En un momento de demencia, decide descender a la gigante marmita para comprobar la fuerza espiritual de su creencia. Lo que encontrará ahí abajo no se resuelve con una camisa de fuerza...


Narración. De nuevo, la piedra angular del autor brilla con luz propia. Quizá no sea esta última la mejor metáfora, pues el pueblo es sepultado en la más tenebrosa oscuridad en un momento dado de la novela. Gracias a la prosa tan cuidada -a veces demasiado detallista- y algo pesada del inglés, la ambientación se convierte en un hervidero de eficaz terror. La gente huye despaborida hacia ningún lado, pues nadie puede abandonar el pueblo. Algo no permite la huída. Algo siniestro y puro, la maldad más absoluta. La que más hambre tiene...


Los terroríficos sucesos aumentan en intensidad a partir de la segunda mitad de la novela. Y cuando lo hacen, no dejan títere con cabeza. La acción, -especialmente desde la aparición de Mann en su vertiente más fanatista- aleja el halo de realidad y cordura que Diana intenta mostrar, cambiándolo por un horripilante maná de maldad. La meticulosidad con la que Campbell cuenta lo que sucede es tremendamente efectiva. Lenta, densa, pero firme y muy fluida, el ser humano abandona toda esperanza, las relaciones entre personajes se quiebran, y la oscuridad -bendita oscuridad- se apodera de todo el rencor de la sociedad.


Para el final de la novela, es prácticamente seguro que el lector no recordará más de tres o cuatro personajes -de los cientos que aparecen en algún momento-, pero lo que es indudable es que la sensación de agonía relatada se quedará impregnada en la corteza cerebral. Ramsey Campbell es un genio de la descripción. Tiene un don para ubicar al hombre en el plano más controvertido de la conducta humana, y junto con los movimientos de la luna, algo místico, mágico, inmortal, aparece de la nada. Como nada quedará al terminar de leer esta magnífica oda a la falta de luz. 


martes, 4 de diciembre de 2012

Insidious



Ya tenía ganas de ver la nueva criatura del creador de "Saw", el australiano James Wan. Después de "Sentencia de muerte" (2007), que dejó una sensación bastante agridulce, nos llegaba una visión más clasicista del mito de los fantasmas y las posesiones. El legado de este director está impregnado de esa esencia insalubre y meticulosa. Esa sensación lúgubre -con una fotografía muy oscura- no nos abandona en todo el metraje. Cuidadoso en los detalles. Elegante en el manejo de la cámara. Un buen director.

Pero no todo es el monte es orégano, lamentablemente. En este caso, Wan se olvida de la característica principal que le dio la fama que ahora tiene: la sorpresa. "Insidious" es una película correcta, empecemos por el principio. No ofende a la vista -aunque algunos diálogos chirrían en el oído- y mantiene la tensión necesaria para llegar a un final bastante decente. Sin embargo, la sensación de irregularidad no nos abandona durante todo el metraje. Ahondemos en ella pues.

Josh (Patrick Wilson) y Rena (Rose Byrne) son una pareja común instalada en una gran casa a las afueras de cualquier ciudad americana. Viven apaciblemente sus vidas con tres hijos. De repente, uno de ellos entra en un trágico proceso comatoso que mantiene a la familia en vilo. A su vez, coincidiendo con tan desgraciado accidente -pelín forzado- una serie de actividades paranormales les invaden, sin tener claro qué pertenece a la realidad y qué es producto de su imaginación.

Los padres se ven forzados a pedir ayuda "profesional" ante las dudas.

Bajo esta masticada premisa, la acción se sitúa principalmente en las reacciones morales y sentimentales de la pareja protagonista. Ellos, intentan -que no es poco con esos diálogos tan poco eficientes- sujetar la credulidad del espectador con algunos clichés tanto de género, como de "género", es decir, el típico hombre incrédulo ante lo que ve; la típica mujer paranóica que da su brazo a torcer al primer jarrón roto por el aire. Es una pena que el guión  sea la parte menos consistente de la peli, porque hubiese aumentado sus posibilidades de convertirse en un clásico. De momento, se va a quedar en el intento, pese a que la segunda parte está en marcha.

La primera media hora del metraje es prescindible a todas miras. Sale a cuentas ponerse a hacer un caldito de cocido en este frío invernal, que sentarse a ver esos treina minutos. Absolutamente innecesarios. Totalmente mejorables. Si se aguantan estos "preliminares", la verdad es que la acción aumenta la dósis de sustos, apariciones y cuidados decorados, que, gracias a Dios, mejoran la nota final. Lo hacen tanto, que casi deja un buen sabor de boca cuando su demente y rápido final llega a puerto. Hasta que empiezan a pasar cosas en la casa, el espectador se ve torturado por algunos comentarios rarísimos que la pareja tiene que solventar como puede. De veras, hay algunas partes de los diálogos que mantienen que son sonrojantes. Me recuerda al "mejor" Shyamalan...


Mejoría. A partir de aquel despropósito, la cinta se concentra en lo que debe ser una película de terror. Y lo hace bastante bien. De hecho, es una pena que el principio lastre tanto el sentimiento de conexión con la pareja protagonista, pero bueno, no se puede hacer nada. A partir de ese punto, la acción se blinda ante el escepticismo. Es tanta la carga de tensión, que el visionado no permite un descanso. Los sustos, eso sí, son justitos, pero muy, muy bien conseguidos. Lo mejor de la película, sin duda, es la ambientación. La sensación de que algo malo va a suceder en cualquier momento -especialmente en el último cuarto- es notoria. Aquí sí tenemos que decir que Wan hace un trabajo realmente convincente en la dirección, pues tiene varias imágenes bastante escalofriantes, haciendo que el espectador esté en constante tensión. 

La oscuridad y la lúgubre luz dan una atmósfera tétrica al film

Poco a poco, la hemorragia de incertidumbre se dispara. Como decimos, los últimos quince minutos son sobrios. Son perfectos. Una vez descubierto lo que pasa -para el que lo haga- el desarrollo es un filón de situaciones bizarras, oscuras y dantescas, que a buen seguro darán lo que un espectador exigente reclama en este tipo de films. Los seres que aparecen y desaparecen están muy bien caracterizados. Su aparición es bastante original, y su función no reside en inquietar, sino en asustar, lo cuál se agradece (especial atención a la secuencia de los espejos; qué tendrán los espejos que tanto inquietan...).

En resumen, "Insidious" es una cinta decente. Deslucida en su primer tercio, decente en su intermedio, y muy bien conseguida en su parte final. Tamaña irregularidad en el guión acorta la vida de su originalidad final, pero por suerte, el cerebro es listo. Seguro que sólo nos dejará las imágenes que más nos sugieren. Nos quedarán esas risas diabólicas y ese "boom" de acontecimientos que se suceden continuamente durante el desenlace, cuajando una apetecible caída del telón. En marcha "Insidious II", pero no cantemos victoria, porque repite guionista... 

sábado, 1 de diciembre de 2012

Secuestrados (Kidnapped)



No se me ocurre mejor forma de empezar el fin de semana del derbi (maldito fútbol: tanto nos da, tanto nos quita) que hablar del sentimiento que el mismo acontecimiento nos ofrece: Estamos secuestrados.

Miguel Ángel Vivas, director sevillano que ya sorprendió a la esfera cinematográfica con el brillante corto rodado en Portugal (y con actores portugueses) "I'll see you in my dreams" (2003), se aferra a otro largometraje bastante interesante, siempre en progresión y muy bien dirigido. Tras su -relativamente- interesante trabajo anterior, "Reflejos" (2001), el sevillano confía su suerte en una cinta muy poco comercial, quizás poco original pero muy bien llevada y muy directa. Planos cortos en su gran mayoría, y fijos para observar la escena con todo su esplendor. Implacable. Estridente por momentos.

La premisa de la no sorpresa en cine no es beneficiosa, ni lógicamente lastra una película. Partiendo de esa base, diremos que "Secuestrados" no se resume en lo que vende, sino en los eventos que suceden hasta catar el resultado final. En otras palabras, tanto por el título como por el comienzo, sabemos el tipo de película que vamos a ver. Hasta ahí todo correcto. Sin embargo, cuando la cinta arranca de manera tan ágil, y prácticamente no cesa con una hemorragia de imágenes tan sugerentes, las sensaciones son positivas. Como decíamos, unos planos muy bien presentados y un elenco de actores que acceden al mundo propuesto de una forma nada desdeñable, otorgando al film la categoría de sorpresa, que sin duda es un adjetivo interesante en el plano cine de esta década.

Sí, la historia es sencilla. Simple. Una familia de alto standing se acaba de mudar a una casa enorme a las afueras de una gran ciudad cualquiera. Con las trifulcas típicas familiares (la madre no deja a la hija salir a una fiesta, problemillas entre el propio matrimonio, soledad, etc.) en medio de la mesa, la primera noche viene marcada por el asalto frenético y violento -muy violento- de una cuadrilla de ladrones con bastante decisión. La familia, acorralada, se verá obligada a hacer algo. No sabemos qué vía optará por escoger: la sumisa o la activa. Pero no lo sabemos porque yo no diré nada hasta que la veáis... 

Manuela Vellés en plena secuencia cinemática, grabada en tiempo real

La intensidad del film y su brutalidad son dos de los ejes que mantienen la tensión en el espectador. A todas miras, el papel más melancólico y empático reside en la actriz que más arriba se ve maniatada por uno de los ladrones: Manuela Vellés. Grandísimo papel el de la guapa actriz, que adquiere tintes dramáticos en la parte final de la película. Fernando Cayo hace el rol de padre sumiso que, a veces, por el exceso de celo a dar todo el dinero a los cacos, pone en peligro a la familia con intervenciones más o menos incoherentes. Pero en general, actúan de acuerdo a los cánones que exige un metraje tan enfermizo como este.

Realismo. Quizá pueda parecer un tanto descabellado el hecho de que tres ladrones utilicen tantísima violencia para conseguir dinero. ¿O no?. La sensación de piedad queda reducida al mínimo en un par de escenas que dejan un malestar perenne e inmortal en el espectador. Dichas sensaciones no hacen sino intensificar la agonía de una familia que no espera tamaña crueldad. Los tres actores ofrecen al espectador una ágria disputa entre la moralidad y el exceso. La conciencia de los que quedan en la casa traspasa el umbral de raciocinio humano, y se convierte en un amasijo de desesperación y observación. Esta última característica viene dada por la longitud tremenda de algunos planos, que lejos de alejar, acercan la cruel intesidad y saña con la que los ladrones ejercen su voluntad para con la dupla de mujeres (especial atención a la secuencia del televisor, justo abajo).


Rozando el delirio, algunas desasosegantes secuencias se alargan quizás demasiado, contraen los músculos del espectador y sobre todo, otorgan a las diapositivas de una virtud tan merecida como desdeñable: la violencia explícita. No apta para estómagos sensibles, no tanto por la cantidad de sangre, que puede ser justa, sino más por la sensación de opresión y incomodidad que algunas escenas pueden mostrar.

Alarmar a un jurado de un festival de cine de género, da muestras de la crueldad y el sadismo de la cinta. El problema reside en la capacidad del espectador para sufrir tamañas vejaciones. No todos los cuerpos están preparados para esto, y por ello, la película puede hacerse algo redundante en cuanto a lo que demasiadas secuencias críticas se refiere. Si no hay problema con lo anterior, la cinta es disfrutable. Sádica y brutal, pero disfrutable como ejercicio de entretenimiento al fin y al cabo. Con películas así, el cine fantástico español está llegando poco a poco a poder considerarse como eficaz.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Moon



Duncan Jones. Interesante nombre, del cuál el olvido tardará en echar cuentas. El cine británico -aunque no es tan ligero y bello como antes- sigue dando al género de la ciencia-ficción un emblema con el que sujetarse. Un blasón donde posarse cuando todo está hecho, o todo está visto. Un punto de vista tan interesante, como diferente. Un acierto.

Con una idea muy preconcebida de lo que una película del espacio debe ser, el maravilloso guión de Jones y Nathan Parker sujeta y elabora un dossier de incertidumbre que, sin golpes de efecto ni criaturas espaciales, hace que el espectador comience a viajar rumbo a un mundo desconocido de emociones. Por suerte, aún se pueden hacer films sin tener en cuenta el presupuesto. Jones, cuya dirección es magistral, otorga a la atmósfera toda la importancia, todo el peso de la cinta, que junto con un inspirado Sam Rockwell, forman parte de un bienio inseparable de virtudes.

El espíritu retro de la cinta, así como con un rollo 'peli en blanco y negro' no hace sino ayudar aún más al elemento desolador de vivir durante tres años en el espacio. Justo cuando los tres años del contrato firmado están a punto de expirar, la razón y la locura se apoderan del protagonista por un elemento no esperado. La sinópsis no evalúa la soledad de un astronauta, pues toda película de ciencia-ficción ambientada en el espacio debe conllevar dicho cliché, pero en este caso, beneficia el valor de una idea. La revaloriza.

El aislamiento hace que el umbral de la locura se haga más evidente

Cuando un ser humano queda enclaustrado en una nave espacial, sin la familia, sin contacto humano de ningún tipo -excepto por un robot que ayuda al mencionado sufridor- y con la cuenta atrás que supone el firmar un contrato de trabajo, cualquier parecido con la realidad es discutible. Aquí es donde entra el gran trabajo interpretativo de Sam Rockwell. El actor británico desmonta su habitual coraza para darnos una sublime actuación, llena de matices y carente de fallos. Moviéndose por cuidadosos y efectistas decorados, la vida de Sam -curiosamente llamado igual en el film- se tambalea entre emociones y desasosiegos varios. El mismo vídeo familiar, donde el hijo y la mamá mandan fuerzas al superviviente, el jefe que insinúa que todo va bien, cuando es obvio que algo comienza a torcerse, etc. Sea lo que sea, nada le hace abandonar su misión. Ni las lágrimas, ni la sorpresa final parecen poner fin a la capacidad de supervivencia del astronauta.  

La rutinaria vida en el interior de la nave es otro acierto de Jones. Ya no sólo por el hecho de mostrar al espectador detalles imperceptibles, pero útiles para observar el deterioro humano, sino para avasallarlo con los mismos. En otras palabras, cuando un zumo se vierte en una nave... (ya me entenderéis), nada vuelve a ser lo mismo.


Detallismo. Es otra de las palabras clave para mantener la intriga, ya que, ante la evidente falta de acción dinámica, la acción estática es la que sustenta al desarrollo de los acontecimientos. Y es que la total falta de movimiento en algunas escenas inquieta mil veces más que unos movimientos de cámara infernales o un monstruo que aparece de la nada. La apatía de los sucesos se acartona en la pantalla, pero los detalles siguen apareciendo, la sensación de que la trama avanza poco a poco, engancha más que un rápido giro de guión. Ya es tarde para mirar atrás, pues el espectador permanece enquistado en el interior de la nave. Formamos parte de la expedición; y dudo que podamos escapar con vida hasta el final. Al menos, hasta el maravilloso final que Duncan Jones nos ha preparado...

sábado, 17 de noviembre de 2012

Espejos (Mirrors) Capítulo Tercero



Capítulo Tercero

—¿Qué crees que ha podido llevarle a separarse de nosotros? —preguntó Alice a su marido, que seguía absorto mirando el espejo.
—No puedes saber lo que pasa por la cabeza de un niño de nueve años —añadió toscamente Philipp, con la mirada fija en su propio rostro reflejado en el espejo.
—Es la primera vez que se escapa así Phil, ¿algo le ha tenido que pasar? 
—Ali, déjalo estar, tal vez fue un descuido, ya le escuchaste quizás fue ese puesto de golosinas. Todos hemos sido niños alguna vez.
—Pero y su cara Phil, a nuestro hijo le ha pasado algo, estoy segura.
—¡Ya está bien! —gritó violentamente Philipp.
—No es necesario que me chilles –rehusó Alice levantándose bruscamente del sofá.

Alice subió las escaleras rápidamente y se perdió entre las sombras de la casa, pero Philipp continuó observando obnubilado el espejo sin poder apartar la mirada, como hipnotizado.
Eran esas extrañas formas que sujetaban el cristal, unas figuras y relieves verdes que sobresalían hacia fuera como si quisieran saltar sobre él. Debía tener mucho valor en el mercado. Parecía antiguo, muy antiguo. Pero había algo que le impedía pensar siquiera en venderlo, ni por un millón de Euros, algo le obligaba a retenerlo. Al tenerlo en las manos se sentía más seguro, se le olvidaban todas las penas, parecía consumirse con él en una especie de exorcismo imaginario. Era una sensación increíble, como nunca antes había sentido.

Las formas giraban en sentido aleatorio sobre sí mismas formando unos adornos fantasmagóricos; se unían con el cristal como dándose la mano. Comenzó a inclinarlo mientras se miraba, cuando de repente, en la esquina superior derecha del espejo que reflejaba el techo del salón le pareció ver una extraña figura arrastrándose de forma desagradable por el suelo de su casa. En ese momento algo le hizo entrar en razón y consiguió soltar el espejo por primera vez. Se levantó del sofá rápidamente y se fue a donde creyó ver a aquella figura, pero no había nada allí. Echó una mirada a su alrededor en silencio, pero el sepulcro de su casa no le dio ninguna pista. Estaba delirando, o simplemente tenía que irse a dormir cuanto antes, así que llevó el espejo a la mesa de la cocina y sin volver a recaer en él, apagó la luz y subió las escaleras dirigiéndose a su habitación. 

sábado, 10 de noviembre de 2012

The Cabin in the Woods (La Cabaña del Bosque)



Lo primero que uno se pregunta cuando ve una película así es, sin duda, ¿el director se ha quedado con la audiencia? ¡Por supuesto!, qué otra respuestra cabría sino. Impresionante ejercicio de ejecución y vacile por partes iguales. Que no se entienda mal, la película no tiene un ápice de aburrimiento, sino todo lo contrario, es una oda al "reirse de sí mismo". En este caso, a reirse del género de terror, pero con un trasfondo terrorífico evidente. Dósis de gore y humor a partes iguales. Desenlace bizarro e inolvidable por otro lado. Al finalizar la cinta, uno sólo puede preguntarse si en Estados Unidos la marihuana es legal...

Desglosemos pues tamaña obra inolvidable. Primero de todo, he decidido no mostrar ni una sola imagen de la peli (lo he hecho en todas menos en esta). Con esto, provoco e intento convencer al lector de que la vea sin más tapujos que la propia carátula (que por cierto animo a echar otra ojeada al finalizar el visionado, y que atónitos lean entre líneas el vacilazo de los creadores). Partiendo de esa base, el texto se basará en la experiencia que un espectador con experiencia en el género, como el que les redacta, haya flipado en colores con la demencia brillante de una idea perfecta.

¿Estereotipos? Claro, tan recurrentes en todas mis críticas, aquí también aparecen, y mucho. Muchísimo. El problema es que pensamos sólo en eso (acierto del film) y luego nos sorprendemos con las vueltas de tuerca sin sentido (o con todo el del mundo) made in Drew Goddard, que sin duda ha mamado del terror durante toda su vida, y que nunca se imaginó poder crear un producto de tantísima calidad.

La temática es sencilla en su esencia, complejísima en su fórmula de desarrollo: Cinco jóvenes se preparan para ir a la cabaña de un familiar del grupo. Cogen cuatro cosas -importantes los bikinis- y camioneta de Scooby Doo en marcha, se disponen a pasarlo en grande (¡Somos americanos!). Al llegar a la misma, algo parecido a Evil Dead sucede, luego avanza ligeramente hasta Viernes 13, para terminar siendo una orgía de cambios de guión absolutamente inimaginables. Terroríficamente brillantes. 

Ojo. Que los dos nombres en cursiva no agraven lo que luego sucede. De hecho, es imprescindible pensar que estamos viendo más de lo mismo. Es lo que quieren los creadores. Es lo que consiguen a todas miras. La sorpresa radica justo ahí. En pensar que hemos visto todo (bendita e ingeniosa portada). Cuando en realidad, no hemos visto absolutamente nada. La cuadrilla avanza, y el "azar" ha ejecutado su mano para que los jóvenes sufran un tremendo acoso por parte de ... bueno, por parte... bien.

En un alarde de imaginación terrible. Goddard crea un hilo empático con el espectador en forma de clichés (benditos seáis) post-adolescentes. La idiota, el fumao, el fuerte, el elegante, la virgen... bien. Para cuando hemos sido capaces de repudiar-empatizar con ellos, Goddard nos recrea con una explosión de inverosímiles acontecimientos que nada hacen presagiar lo que el espectador a priori había pensado. Gran acierto. Mejor puesta en escena.

Una de las cosas que más llama la atención es que la cinta no va a ser estrenada en los cines españoles. Hemos tenido la "suerte" de ver en las carteleras "joyas" como Scream 47, Sé lo que hicísteis 16, y esta maravilla de género no tiene cabida. Bravo por el sentido común. De igual modo, y gracias a su perfecta ejecución, la película ha sido un arrollador caballo de batalla exitoso en todos y cada uno de los festivales en los que ha participado. No sólo el espectador de pie ha bendecido este diamante, pues la crítica profesional ha coincidido con el transeunte de a pie, y la conjunción de ambos ha reunido los mejores elogios. Habrá que prestar atención a este joven director, porque lo que ha creado con poco presupuesto y menor repercusión es un éxito. "The cabin in the woods" se ha convertido en la mejor película del año -no me importa el género- y ha quedado por siempre grabadas en las retinas de los espectadores que la han visto.

El re-gusto con el que la historia llega a su fin es dulce como una bolsa de palomitas gigante y agrio como un tomate pocho. Es un boom de sensaciones, es experimental, es vacilona a más no poder, pero respetuosa con los clichés del género. Es feroz. Es un camino triunfal a la sorpresa constante. Es sencillamente una película absolutamente recomendable para verla rodeado de los amigos más gansos, los más serios, los menos analistas, los que piensan antes de que la escena cambie. Es una película que dará que hablar en todos los círculos sociales. Es... en definitiva, un auténtico escándalo.

viernes, 26 de octubre de 2012

Creep



Como decía un buen amigo: "A ver si pones pelis más independientes". Bien. A ver quien conoce ésta...
Y no es una amenaza, todo lo contrario. Es casi un aliciente, porque la película que nos ocupa tuvo un paso delicado por las retinas de los espectadores. En otras palabras, no tuvo mucha repercusión y sufrió una crítica bastante feroz con respecto a la calidad del producto final, que no desmerece en absoluto.

La totalidad de la historia se ciñe y gira sobre la bella actriz alemana Franka Potente (El Caso Bourne), que en una noche de juerga terrible se queda dormida en el andén de una estación cualquiera del metro londinense. Al despertar, con una resaca considerable, observa que todas las salidas están bloqueadas. Cuando el pánico comienza a hacer acto de presencia, lo que parece el último metro de la noche estaciona frente a ella con el aparente alivio que eso supone. Sin embargo, pronto empieza a notar que algo no marcha bien. Primero, porque el vagón está completamente vacío; y segundo, porque al llegar al final del trayecto, la parada nada tiene que ver con su hogar, sino con una red de túneles oscuros que hacen el lugar de cocheras. El problema no es la oscuridad, sino el ser que la gobierna...

Bajo este interesante -y a la vez, poco original trasfondo- da comienzo el viaje por pasadizos lúgubres y oscuridad latente, donde una lograda ambientación hace sumar bastantes puntos al resultado final del film. La realidad es que la cinta recorre varios caminos del género, cumpliendo en su justa medida con todo lo que el espectador quiere ver (escenas violentas, un asesino extraño y sádico, sustos, etc.). No obstante, los clichés son demasiado evidentes en los protagonistas -especialmente en el papel de la actriz alemana, que rubia donde las haya nos estremece con su estupidez demasiadas veces. Pese a estos obstáculos, la calidad de la cinta tiene varios momentos interesantes, que hacen que la película no deba ser vista desde la infravaloración

Kate, haciendo frente como puede al psicópata que descansa entre los túneles de metro

Por un lado, como añadíamos antes, está  la ambientación y la fotografía de alta calidad. Durante la pesadilla que vive la muchacha, nos encontramos una serie de enfermizos pasadizos, con unos tonos grises muy conseguidos, dando el aspecto de agobio que, sin duda, el director quería conseguir. La sensación de inquietud es total. Debido al giro inteligente de cámara, el espectador no lleva a observar de lleno al demente en la primera mitad de la película (lo cuál es un acierto), dotando de planos directos y detallados de la criatura durante la segunda (lo cuál es otro acierto más). Con esta fórmula de pasadizos oscuros y enigma en la identidad del ser que todo controla ahí abajo, Creep camina lenta pero sobriamente hacia una serie de acontecimientos que -quitando los clichés arriba comentados- dotan a la trama de un alto nivel de intensidad.

Por otro lado, resaltan los momentos gore comedidos que el director decidió insertar, y que no parecen gratuitos, teniendo en cuenta la procedencia del ser -que se va destapando durante el metraje. Elegidos con cuenta gotas, pero muy, muy detallistas, las secuencias se solapan con huidas varias de la protagonista, que en algún momento se encuentra con algún secundario que nada extra añade al contenido global, pero que son necesarios para elevar el nivel de "voy a ponerme justo detrás de esta ventana, para que el monstruo me coma". Bien. Clichés. Bien. ¿Necesarios? ... ya no contesto. El caso es que hay varias secuencias bastante logradas, y cuya tensión y silencios atmosféricos hace que el film se sostenga y no decaiga en su principal valor: entretener. (ojo a la escena de la sala de curas. Agonizante). ¿Un quirófano en un metro?. Bien. ¿Clichés?. Bien...

"No me hagas daño por favor. Te prometo que no diré nada..."

En definitiva, una película suficiente en contenido, suficiente en sustos, normalita en cuanto a desarrollo, pero que nada tiene que ver con un desastre cinematográfico. Insisto, de hecho, tiene buenos momentos que hacen que la película pase del cinco -por los pelos, eso sí- y se quede en un intento de algo que hubiera tenido más tirón con algo menos de estereotipos vistos mil veces en otras películas de género.

Aún así, el director inglés Christopher Smith (con mejor mano en Black Death, con Sean Bean) juega bien con la conseguida ambientación y es capaz de crear situaciones de huida y tensión bastante conseguidas. Mención aparte para la moraleja del final, donde el ser humano vuelve a quedar reflejado en todo su explendor... Aceptable, pero no una ruina.

lunes, 22 de octubre de 2012

Espejos (Mirrors) Capítulo Segundo



Capítulo Segundo

-¿Dani? ¿Estás bien? ¡Dónde diablos te habías metido! -le chilló su madre, que no sabía si abrazarle o castigarle de por vida por separarse de su lado.
-Yo…mamá… - Balbuceó el pequeño atemorizado.
-¡Sabes el susto que nos hemos llevado! ¡tu padre lleva buscándote casi dos horas por todo el mercadillo! – gritaba la madre angustiada.
-¿Dónde te has metido, por Dios? –por el rostro de Alice desembocaba un río de lágrimas y no podía más que abrazar a su hijo, no había nada en el mundo que quisiera más. No pudo regañarle. En un primer instante, ni siquiera se percató de ese extraño objeto que llevaba entre las manos.

Philipp venía corriendo desde el interior del vehículo, después de buscar por todos los rincones del mercadillo, decidió coger de nuevo el coche por si se había extraviado por los alrededores. Su semblante era muy serio, aunque no pudo ocultar su satisfacción porque el pequeño estuviese sano y salvo. Los tres se abrazaron sin hacer más preguntas y poco a poco, los agentes de policía fueron dispersando a la multitud de gente que no hacía otra cosa que enriquecer su morbo y cacarear como gallinas aburridas. La escena se transformó en un estado de aliviada soledad. Su abrazo, entretanto, se iba diluyendo al mismo tiempo que la gente abandonaba  el lugar.


De regreso a casa, el viaje de vuelta se hizo casi más insoportable que el de ida. El ataúd de cuatro ruedas se limitó a poner la banda sonora con su motor gasolina. Philipp guiaba la dirección del coche hacia la derecha por O'connell Street cuando la circunferencia verde lo permitió. La lluvia había cesado al fin, la calma tensa se sujetaba con alfileres.


Es obvio que Philipp quería regañar al pequeño, se notaba por su brusca manera de conducir, cuando estaba a punto de separar sus labios notó una suave mano encima de la suya. Ladeando su cabeza vio los ojos llorosos de Alice, y toda su ira calmó las olas de un mar salvaje. Su rostro seguía siendo precioso. Aún recordaba sus ondulados cabellos moverse contra el viento al caminar por la universidad. ¿Quién podía olvidar aquel año? Primera matrícula de honor en Literatura Inglesa del siglo XVIII, primera presentación oral ante trescientas personas con magnífico resultado, tercer puesto con sus colegas irlandeses, los elocuentemente llamados Pohang Steelers, y por supuesto, la primera vez que habló con esa bella chica francesa en una de las tantas fiestas a las que acudió. Estaba seguro de que fue en febrero, justo después de los exámenes del primer cuatrimestre. Dimitry y Alexei habían preparado la fiesta del año. No sólo ponían su casa al servicio de cien estudiantes deseosos de beber -y aliviar la cabeza de tantas horas de biblioteca- si no también cocinaron una maravillosa comida rusa, que engalanó el estómago de los allí presentes. Con la conciencia más tranquila del año, la fiesta se desarrolló con total normalidad para como solían ser. De hecho, sonreía al comprobar en los archivos de su memoria, que había sido la fiesta más tranquila de su vida. Esta vez no hubo ningún compañero tirado en un sofá con síntomas de embriaguez insoportables. Tampoco recordaba a nadie vomitando la cena rusa en el baño de abajo. En definitiva, la casa de Alexei y “Dima” -como le llamábamos los más allegados- se mantenía en pie, sin haber sufrido ningún daño colateral. A punto de marcharse, Dima se aproximó con una copa de vodka solo en la mano izquierda, y una chica parisina enganchada literalmente de su brazo derecho.


-Querido capullo, ¿podrías echarme una mano con esta delicia? -sonreía graciosamente el dueño de la casa- Es que no se qué me ha dicho de que está caliente... ¡y quiere un par de hielos, idiota!


Dima era el tipo más sensacional que había conocido. Podía emborracharse con él tres días seguidos sin mencionar una palabra en serio, o podía mantener una conversación sobre la creación del universo sin hacer una sola broma. De lo que estaba seguro, era que este hombre se convertiría con el tiempo en uno de sus mejores amigos.


-Por cierto Phil, ésta es Alice, acaba de llegar de Le France. Amiga de sus amigos, encantadora, sincera, millonaria, y sobre todo querido “pringao”, NO alcohólica, lo cual significa que puede llevarnos de ruta por Dublin sin estrellar el coche contra el parlamento ja, ja, ja.


Dima se mofaba de todo, hasta de sí mismo. En un día de otoño, casi recién llegados, no se lo ocurrió otra idea que alquilar un coche para ir a la costa norte de Irlanda cinco o seis días. Lástima que olvidara que se conducía por la izquierda, y que por tanto las glorietas, se toman lógicamente por esa dirección. Si no es por las gestiones del gobierno ruso, el pobre idiota hubiera tenido que pagar los siete mil euros que costaba la columna que arrancó al intentar esquivar el autobús de la ruta 66 que venía por el otro sentido.


-Encantado Alice, espero que este cabeza buque no esté contándote una de sus hábiles gestiones con el ayuntamiento de Dublín -se presentaba Philipp con su exquisita educación alemana.

-¡Hey! Quedamos que eso se quedaría entre nosotros. Recuerda, uno para todos, y todos para uno. Eso decía Alejandro Dumas germano inculto -interrumpía Dima con su sonrisa de oreja a oreja.
-Chicos, no os peléis por mí. Las chicas francesas tenemos fama de aguantar lo que nos echen, ¿recordáis el dicho? Voulez-vous coucher avec moi ce soir? -dejaba Alice su delicada voz entre medias de los dos hombres.
-¡Lo ves Phil! Te dije que en este “cuatri” iba a venir por fin la chica de nuestros sueños.
-La chica de tus sueños, según me has comentado hace un par de minutos, la tienes en tu mano izquierda, y pide a gritos un par de hielos -en clara referencia a la copa.
-Pero como me cuidas, y lo mejor de todo, ¡te fijas en mis chicas! No te preocupes, que en cinco minutos me tienes de vuelta.
-Sólo espero que no te vayas sin despedir como haces siempre Herr Bunker -le llamaban así porque en su puesto de defensa central era difícil regatearle-.
Después de guiñarle el ojo, salió corriendo como una exhalación, sin embargo, no se derramó ni una gota de alcohol a la moqueta. Después de todo, eran estudiantes, uno aprendía a domesticar sus reflejos para no desperdiciar el caro brebaje.
-Así que, ¿eres alemán? -seguía sonriendo Alice.
-De Düsseldorff concretamente, al oeste de Alemania, cerca de Holanda.
-Preciosa ciudad -mientras parpadeaban sus preciosos ojos marrón avellana.
-¿Has estado alguna vez? -preguntó Phil absorto en los mismos.
-Claro. Mi hermana lleva cinco años viviendo en Colonia. Así que cuando voy a visitarla, siempre terminamos pasando unas horas en Düsseldorff. ¿Entonces te vas ya?
-Bueno, mañana debería levantarme temprano para hacer papeleos en Dublin...
-Vaya, es curioso, pero me habían comentado que los alemanes erais unos fiesteros...

Su sonrisa le hacía perder el sentido. No importaba la hora a la que tuviera que levantarse el día después, porque el sólo hecho de mirar su bello rostro, más le valía ni dormir en tres días si fuese necesario.


-Bueno, en ese caso, si tocas a la patria me obligas a quedarme. Tendré que tomarme una cerveza más para no pensar en el madrugón. ¿Me acompañas?

-Oui, monsieur -su sonrisa era tan pícara como atrayente.
Nunca había podido resistirse a una mujer bonita, pero esta vez era distinto. La muchacha tenía tanto morro, que le parecía irresistible. Desde el primer piso, bajando las escaleras como un rinoceronte enfurecido, bajaba Dima con su “renovada” copa.

Ya estaban los tres en plena lucha contra sus hígados. Desde esa fiesta, los tres fueron inseparables, al menos hasta que Dima se insinuó a Alice meses después...


-Mamá, lo siento mucho, no sé que me pasó –dijo el pequeño con voz arrepentida.

-Hijo, no puedes separarte así, sin avisarnos, sea la razón que sea ¿entendido? –replicó la madre de la forma menos irritada posible, debido a la tensión acumulada.
-Nos has dado un susto de muerte Daniel -secundó el padre con una voz tan baja y mustia que hasta Philipp desvió la mirada de la carretera y observó cómo los árboles les adelantaban de manera vertiginosa. Seguía tan tenso y enfadado por lo que pudo haber pasado, que sólo pensó en llegar a casa y desconectar.
-Ha sido un día largo para los tres, intentemos pensar que todo ha quedado atrás y que Daniel no lo volverá a hacer, ¿Verdad jovencito? –con el ceño fruncido a través del espejo retrovisor.
-Lo siento mucho papá…

La familia continuó en silencio a través de la senda de alquitrán por la que se deslizaba el coche, hasta que llegaron a su hogar, que yacía tan oscuro y silencioso que parecía haberse enterado de lo sucedido y esa era su forma de estar en duelo. La casa donde vivían era increíble, Dani siempre decía que le recordaba a la casa de El Resplandor y que solo faltaban las dos niñas que aparecían en el pasillo con el triciclo para ser una copia total. Horas y horas pasaba jugando entre sus paredes, tanto que a veces preocupaba a sus padres tanta soledad. No salía mucho con los compañeros del colegio, ni tampoco con Ryan, el vecino que vivía justo en frente y que cada tarde le llamaba para jugar a la Gameboy. Sin embargo, Dani seleccionaba las visitas de un modo un tanto extraño para un niño de tan solo nueve años. A veces no veía a Ryan ni siquiera una vez a la semana, haciendo que el otro pequeño se fuese rechazado y cabizbajo al no poder jugar con Dani. Sus padres seguían teniendo la sensación de que jugaba más con los dichosos espejos, que con los chicos de su edad.


La “casa de El Resplandor” era increíble, Dani no comprendía la obsesión de sus padres por salir a jugar fuera, ¿pero es que no habían visto las posibilidades de la casa? era impresionante, no entendía tampoco las prisas de Ryan cada vez que venía por abandonar la casa e ir fuera a jugar, ¿de qué tenía miedo?


El caso es que a la accidental llegada del mercadillo, por primera vez sintió un intenso escalofrío al mirar la casa, fue nada más bajar del coche, en el mismo momento en que su padre se percató de lo que llevaba su hijo entre las manos.


-Dani, ¿Qué es eso? ¿Donde lo has encontrado? -preguntó Philipp intrigado, pero también alertado.

-Me lo regaló una señora mayor papá, tenía un puesto de chucherías y me dio una piruleta y…
-¡Daniel, cuantas veces te he dicho que no aceptes cosas de extraños! -chilló Alice interrumpiendo y dando la sensación de que los nervios habían dado cuenta de ella.
-Mamá, era una señora mayor… ellas nunca hacen cosas malas -sonrió timorato.
-Alice, cálmate, es tarde, mañana veremos las cosas de otra manera -intentaba sin éxito Philipp calmar a su esposa.

Entre lágrimas, la madre se marchó subiendo las escaleras con la velocidad de una cebra escapando de un tigre rabioso.


-Deja el puto espejo en la cocina y márchate a dormir, mañana hablaremos.

-Sí papá…

Había sido un día muy largo para la familia Mitchel, así que ni cenaron y se marcharon a dormir nada más llegar. Philipp, por su parte, había decidido quedarse un rato en el salón intentando no pensar. Estaba demasiado exaltado para dormir, y demasiado nervioso para hablar con Alice de nada. Creyó mejor quedarse abajo hasta que ella cayese dormida, descansar, y hablar de todo al día siguiente, con la tranquilidad de saber que su pequeño seguía con ellos pese al susto tremendo de horas atrás. Sediento, se incorporó y anduvo hasta la cocina para coger un vaso de agua cuando vio el espejo inerte colocado en el centro de la mesa, con una especie de sábana cochambrosa que lo cubría en su totalidad.


Alice fue a arropar a al pequeño como siempre, no quería que Dani notara más hostilidades pese al susto, así que intentó actuar con normalidad. Sin embargo, en su rostro pudo observar un temor que nunca antes había apreciado en su hijo. Estaba pálido como la bata de un médico y sus ojos miraban perdidos por alrededor de la habitación casi sin parpadear.

-Hijo, siento que mamá te haya chillado, ¿vale? pero no sabes lo preocupada que estaba por ti, pensé que te habían llevado a algún sitio, pensé que…

Alice rompió a llorar y solo pudo abrazar fuertemente a su hijo mientras las lágrimas empapaban la sábana de muñequitos de nieve que la abuela Cloe le había regalado por navidad. Comenzaba a temblar, no podía ni imaginar lo que sería empezar una nueva y desgraciada vida sin su único vástago. Sólo tenía fuerza para llorar.


-Mamá…

-Dime, mi pequeño -aún entre sollozos.
-Lo siento de veras…
-Venga duérmete, es muy tarde. Mañana será un día mucho más tranquilo -insinuó Alice al muchacho mientras se levantaba de su lado.
- Mamá…
- ¿Sí?
- No quiero que tiréis el espejo.

lunes, 15 de octubre de 2012

Espejos (Mirrors) - Capítulo Primero




Capítulo primero

Siempre le había dicho su madre que no aceptara cosas de extraños,  pero es que desde el comienzo de su niñez le habían entusiasmado los espejos, y no pudo resistirse a sus encantos. No sabía exactamente el por qué, pero le encantaba ver como las sombras se proyectaban en ellos por las noches. Una simple linterna bastaba para poder observar aquello que los mayores no podían percibir, aquello por lo que verdaderamente disfrutaba. El no era de tener muchos amigos, le sobraba con sentarse a oscuras en el frío y viejo ático de sus abuelos para experimentar lo que los espejos le mostraban. Sus padres siempre le atosigaban con falacias del tipo: “¿Por qué no vas con tus amigos a jugar?”, “¿Quieres que vayamos a ver a los primos?”, pero Dani lo ignoraba por completo. Su soledad no era más que una sombra alargada que suscitaba felicidad. Dicho estado de placidez se definía en un total desconocimiento de lo que los espejos podían reflectar. De hecho, nadie conocía su verdadero poder, muchos hoy en día se siguen pensando que están formados de cristal, reflejan la realidad, etc. Sin embargo, la realidad es mucho más cruda de lo que pueda aparentar su reflejo. 
Hacía un frío estremecedor esa noche, la lluvia repiqueteaba en el techo del coche como puños de agua. Absorto, Dani miraba en silencio a los dos brazos en forma de parabrisas esmerándose por expulsar las gotas de agua hacia los costados. El vehículo hacía lo que podía para continuar por el río de asfalto, pues la lluvia no cesaba. La pausa de un semáforo en rojo hizo que por primera vez se quebrara el silencio. 
-Sí que está cayendo una buena, ¿eh? -desafió el padre de Dani al silencio.
-Sí -aceptó el muchacho el desafío con voz casi imperceptible. 

Alice y Philipp sabían que su hijo no hablaba mucho. Nunca lo había hecho. 
Y no porque tuviera un problema de autismo -como había sugerido su profesor- sino porque parecía sentirse más cómodo en silencio que cuando hablaba. De hecho, les sorprendía que su comportamiento cambiara cuando estaba en presencia de sus abuelos. Parecía otro niño. Desde que comenzó a hablar, y coincidiendo casi de forma simultánea con el nuevo puesto de trabajo de Alice, cuando Dani se quedaba en casa de sus abuelos hasta que su madre acababa la jornada laboral, era la experiencia más agradable de toda el día. Quizá el hecho de tener ese luminoso ático en el último piso tenía algo que ver. Allí, el pequeño se encontraba como pez en el agua. Nadie le molestaba, no había prácticamente ruido de fondo, de hecho, apenas se escuchaban los fogones de la cocina de Cloe mientras preparaba esas deliciosas natillas caseras que tanto entusiasmaban a Dani. El ático estaba sumido en una perfecta oscuridad, gracias en parte a las cortinas que Alice había hecho unos años atrás. Sin embargo, cuando se abría el ataúd de tela, la luz penetraba en aquella instancia con la fuerza de mil soles. Curiosamente, allí nadie le decía que hablaba poco, quizá por esa tranquilidad que sólo sus abuelos podían proporcionarle. 

El coche lentamente iba aminorando la velocidad hasta quedar estacionado en un barrizal de arena mojada. Cuando el coche entreabrió sus alas, la ventisca de viento y lluvia golpeó en el rostro de la familia. Los cabellos de Alice se aliaban con la tormenta como un fiel lacayo, pareciendo formar parte del ejército de viento. Corriendo como gacelas ante el ataque del rey de la selva, llegaron a la única parte del recinto que estaba cubierta. Atestada de gente, la jauría de agua horizontal seguía delimitando el paso, y ralentizaba los minutos hasta parecer horas. 

-¿Cómo puede haber tanta gente pese a estar lloviendo a mares? -secundó Philipp al aullido del viento.
-Lo mismo pensarán ellos de nosotros, querido -irónicamente replicó su mujer dejando entrever que no tendrían que haber venido en una noche tan lluviosa.
-No te enfades Al, sabes perfectamente que hoy era el último día, y además, ¡adoro los mercadillos medievales!
-De verdad... me tenía que haber casado con ese chico búlgaro tan guapo que me presentó Harán en Liverpool -atacaba con una preciosa sonrisa malvada Alice.
-Nunca te han gustado los búlgaros y lo sabes... son raros -se defendía como podía Philipp.
-¡Envidioso! -gritaba a la vez que guiñaba un ojo a Dani, el cuál hacía una mueca parecida a una media sonrisa. 

Este tipo de conversaciones siempre le hacían sonreír; hasta cierto punto, el pequeño adoraba las discusiones en tono de humor, le hacían divertirse. En cierto modo, pensaba que simplemente lo hacían para llamar su atención y hacerle reír. Por contra, lo pasaba realmente mal cuando sus padres regañaban en serio. Odiaba eso. Aún recordaba la vez en que su padre había llegado muy borracho de una cena con sus ex-compañeros de universidad de Maynooth, aparcando el coche encima de la acera y siendo traído por la Garda en condiciones deplorables. Alice comenzó a refunfuñar palabras en francés -siempre le salía su lengua materna cuando estaba realmente cabreada- mientras pedía sonrojada disculpas a los agentes. Una vez se fueron, ni corta ni perezosa metió a su marido en la ducha, con ropa incluida, y pese a las quejas de Philipp, se quedó impertérrita esperando que la resaca diera la bienvenida al hombre. En vez de eso, lo que sucedió fue una escena que Dani nunca quiso haber presenciado, pero que sin embargo, seguía metida dentro de su cabeza como la peor escena sangrienta de una película de terror. Philipp se levantó empapado de la ducha y empezó a replicarla en tono amenazante, que si volvía a hacer eso, la tiraría por la ventana. Después de descender a la cocina gritándose el uno al otro por toda la casa, la guerra verbal continuó entre fogones. A Dani le aterrorizaba la idea de la separación, de hecho, en el cole, muchos de sus compañeros estaban siendo resquebrajados de la unidad familiar, y él, no quería formar parte de esa estadística.

-Mirad chicos -señaló el padre al cielo- parece que por fin está escampando.
Aunque la sombra de la noche iba deslizándose sobre Dublin, se podía percibir vagamente como la luna se hacía hueco entre las nubes de manera tímida. A los pocos minutos, toda la gente estaba andando por el barrizal de Croke Park, mirando puestos, comparando precios y observando de reojo al cielo a ver si la tregua seguía en pie. 

Era curioso cómo le encantaban los mercados medievales. Aún rememoraba cada año, a modo de extraño aniversario, la aparición de lo que él llamaba “la mejor adaptación de un libro nunca vista”. Alice, de hecho, no quería saber nada del lado más “friqui” de su marido, y en cuanto metía el primer DVD de El Señor de los Anillos, huía del salón a la misma velocidad que un atún lo haría de una ballena. Cuando se conocieron, era igual. No debía sorprenderse de que cada año tuvieran que cruzar todo Dublin para estar las dos o tres horas de rigor viendo cimitarras musulmanas del siglo XV, harapos bereberes del IX, escudos romanos de la edad de hierro, etc. Cualquier cosa podía encontrarse en ese mercado, la verdad. Hace dos años, después de varias ediciones del evento, por fin encontró la cota de malla con la que Elijah Wood encarnó a Frodo Bolsón en La Comunidad del Anillo. 

Sin embargo, este año todo parecía torcerse por momentos, ya no sólo por el día marcado por la lluvia, también por el extraño cambio que Dani había dado. Incluso varios de sus profesores habían solicitado más de una reunión con ellos, debido entre otras cosas a su imparable bajón académico, y también por su alejamiento con sus compañeros de clase. Según los profes, como los pequeños les llamaban, Dani pasaba la mayor parte del recreo en completa soledad, sin menor compañía que su propia sombra. Alice le había preguntado mil veces el por qué de su interés por los espejos, pero la única respuesta que solía recibir era: lo que me dejan ver a través de ellos. 

Se separó de sus padres un solo instante. Una suave ráfaga de viento se deslizó por detrás de su espalda, como si el susurro de una mano hubiese pasado cerca. Pese a todo, se giró, intranquilo, y observó un puesto realmente extraño. Daba la sensación de que nadie lo podía ver, pues la gente pasaba de largo, no percatándose de su mera existencia. 

La lluvia, gracias sin duda a las plegarias de Philipp, había cesado por completo, aunque el barro luchaba consigo mismo por no desaparecer, como la “nada” en La Historia Interminable. Perezosamente, Dani se separaba de sus ocupados padres; alejándose de ellos como una mariposa abandona su crisálida. La intranquilidad le rodeaba de un incómodo silencio, que contrastaba con el bullicio de los transeúntes. Se acercó ante la llamada de la señora mayor que lo regentaba. No se escuchaba un alma, desde el primer contacto con el pequeño puesto, parecía que la atmósfera se había separado de la corteza terrestre. Aquella sensación de desasosiego se incrementaba por momentos. 

Dani permanecía a unos tres metros del puesto, pues no se atrevía a desafiar la extraña mirada de aquella anciana. Era bajita, poco más alta que el propio Dani, los gusanos de su piel parecían no transportar sangre, pues su tez era tan blanca como la luz de la luna. Su espalda estaba encorvada hacia abajo, dando la sensación de ser incluso de menor tamaño si cabe; sus manos dejaban entrever los estragos de la edad, anchas carreteras de arrugas serpenteaban hacia el interior de las negras mangas. Unas deformes y afiladas uñas amenazaban con resquebrajarse en pedazos, su color, un repulsivo y pálido añil, dejaba un malestar estomacal en Dani. Sus pupilas eran blancas, de hecho, el chico pensó enseguida en alguna película de terror para buscarle semejanza. Eran ojos que daban miedo. Aquella señora tenía una voz con marcado acento eslavo que verdaderamente ponía el vello de punta. La distancia de tres metros se fue acortando, y el pequeño, bien por miedo o por lástima, se acercaba sigilosamente al puesto regentado por la misteriosa anciana, cuando esta de repente, despegó lo que se asemejaba a unos labios: 

-Me alegra que puedas verme pequeño, eso demuestra que eres especial ¿quieres una piruleta? -Preguntó la vieja con voz queda.
-Una de fresa -dubitativo el niño, casi imperceptible.
-Eso está hecho pequeño.
-¿Por qué no vendes cosas?
-Bueno, me educaron para regalárselas a las personitas especiales, como tú -desafío la anciana.
-No soy especial.
-Estoy segura de que lo eres, pero no lo sabes. ¿Por qué no aceptas este otro regalo? Apuesto a que te gusta incluso más que la piruleta -deslizando su encorvado y deformado cuerpo, la anciana se escabulló en los bajos de su destartalado puesto y sacó del mismo una especie de espejo de un tamaño considerable. El pequeño pareció perder todos los nervios de una tacada, y de un felino movimiento arrancó el espejo de las endebles manos de la diminuta vieja. 

Sin mediar más palabras, Dani tenía entre sus débiles manos un espejo tapado con una especie de colcha que ocupaba casi la mitad del tamaño del chico. Justo en ese momento una sensación se apoderó de sus sentidos, no pudo explicarlo con palabras porque casi no podía respirar, el corazón le latía a tanta velocidad que parecía que iba a salirse de su pecho, y el pulso le fallaba casi dejandocaer el espejo al suelo.

Un sudor frío le llenaba la frente como una fuerte lluvia en el rostro, pero no podía soltar el espejo aunque quisiera. En ese preciso instante, cerró los ojos y creyó entrar en una oscura dimensión de sensaciones. Una fría capa negra se coló entre sus párpados haciéndole estremecer, un torrente de maldad quizás demasiado cruel para que un niño de nueve años pudiera soportarlo. 

En el fondo del siniestro pasillo en el que Dani se encontraba yacía una figura que se acercaba poco a poco. Era una oscuridad enfermiza, que no le dejaba respirar. Atónito, con los ojos abiertos como platos, incapaz siquiera de gritar, paralizado por el miedo, sentía tal horror, como si unas manos apretaran su cuello preparándole para una muerte agónica. La sombra se detuvo al final de la tiniebla y desapareció entre las grises brumas de aquel extraño mundo, Dani deslizó sus ojos hacia abajo y recordó que entre sus manos seguía aquel misterioso espejo que la anciana le había entregado. No pudo hacer otra cosa que mirarlo y quedarse totalmente anonadado de lo que estaba viendo, algo que nunca podría olvidar, tan espantoso que hizo que no parpadeara durante miles de minutos, al menos así de largo le pareció al pequeño hasta que de repente algo le agarró por el hombro y le sacó de su letargo, ese brazo le sacó de esa maldita pesadilla y como si de encender la luz se tratara, apareció de nuevo en las afueras del mercadillo, donde su madre desconsolada, llorando le esperaba a unos pocos metros de donde él y el policía que le agarraba estaban.

Dani sólo recordaba el horror que había pasado en aquel bizarro mundo de oscuridad y ruidos infernales, por no hablar de la siniestra sombra que había en el horizonte…

Entre los meneos del policía pudo girar su cabeza y observar que no había ningún puesto en ningún lugar. No lo podía comprender, porque estaba seguro de que estaba allí, de haber hablado con la anciana, de la piruleta que le había ofrecido, también recordó que la gente parecía ignorar ese puesto pero… ¿qué estaba ocurriendo?

¿Por qué había tantas luces de policía girando sin parar? tantos murmullos, un montón de gente mirándole mientras el policía le llevaba hasta sus padres. Todo era tan confuso que no podía entender nada, sólo deseaba volver a casa, y por supuesto, no soltar el espejo...