sábado, 8 de diciembre de 2012

Luna Sangrienta



Cuenta la leyenda que la luna trae consigo la maldad más absoluta y etérea de todas las perceptibles. Dicen la luna ha engendrado monstruos en el útero de mujeres humanas. La Diosa de las brujas por excelencia, más conocida como Hécate, fue una devota de la luna e iba acompañada por una jauría de perros infernales, que la guiaban para sembrar al mundo de impiedad.

Muchas son las leyendas que el astro muerto nos ha ido otorgando a lo largo de la historia de la literatura. Muchos son también los dichos de mal fario que se le atribuyen. "La cara oculta de la luna", ese lugar que nunca se ve, que no deja nada a la vista, puede hacer residir el mayor mal jamás encontrado.


El gran Ramsey Campbell se sitúa otra vez varios pasos adelante en cuanto a calidad narrativa con respecto a otros autores más famosos, pero sin duda, menos prestigiosos que el inglés de Liverpool. Haciendo un tributo elegante de un genio del género como es H.P. Lovecraft, Campbell sitúa el onírico mundo de criaturas y deidades diabólicas de otro mundo en el contemporáneo norte de Inglaterra. La influencia con respecto al autor norteamericano es sustancial, como así lo son las enfermizas criaturas que se alimentan de la luna para catalizar a la eternidad de la oscuridad.


La extensión de la novela es incalculable. No sólo por el número de páginas, que es bastante mayor que cualquier otra de sus obras, sino por el complejo catálogo de personajes que aparecen en ella. Entre el vaivén de máscaras, Diana Kramer puede considerarse como el principal. La jóven, maestra norteamericana que viene a trabajar a la pequeña aldea de Moonwell (interesante juego de palabras en inglés), empieza a impregnarse de las particularidades de la pequeña zona rural que la ocupa. Con el paso del tiempo, su escepticismo, relacionado con el culto a la luna, las costumbres extrañas de los aldeanos y el confuso entorno -donde el pueblo queda sumido en tinieblas entre árboles, se va disipando, creando un vínculo perdido entre la realidad vecinal y lo que verdaderamente sucede en aquel pueblo.


Los bosques mencionados en el párrafo anterior tienen una importancia clave en el desarrollo de los acontecimientos durante la novela. Al parecer, el nombre del pueblo "Moonwell" (algo así como "pozo lunar", si separamos cada significado aparte), deriva de una mastodóntica marmita de granito rodeada de por unos brezales, en lo alto del monte. Con la brillante narrativa descriptiva del autor inglés se puede percibir que por grandes que los muros sean, la profundidad de aquel cráter no se nota ni con la mayor luz solar. Impresionante el papel de la oscuridad en el libro. Inmejorable la capacidad descriptiva del autor inglés.


No obstante, la complejidad de la novela no permite contar bien los detalles que lo acontecen. Es tanta la información, los personajes y sus interacciones, que el lector puede perderse en varias ocasiones, quedando una sensación de sobrecarga de información. Aún así, recuerdo haber pasado miedo -contexto realista aparte- leyendo las situaciones rocambolescas que la tiranía y el fanatismo religioso dejan entrever en una sociedad moderna cualquiera. Ahí entra el papel del fanático religioso que sume al pueblo en la más estrecha soledad: Godwin Mann. El predicador, lava el cerebro a la mayoría de la gente, queriendo mostrar el gran poder del Dios lunar. Para ello, acampa cerca de los brezales para estar cerca de su deidad. En un momento de demencia, decide descender a la gigante marmita para comprobar la fuerza espiritual de su creencia. Lo que encontrará ahí abajo no se resuelve con una camisa de fuerza...


Narración. De nuevo, la piedra angular del autor brilla con luz propia. Quizá no sea esta última la mejor metáfora, pues el pueblo es sepultado en la más tenebrosa oscuridad en un momento dado de la novela. Gracias a la prosa tan cuidada -a veces demasiado detallista- y algo pesada del inglés, la ambientación se convierte en un hervidero de eficaz terror. La gente huye despaborida hacia ningún lado, pues nadie puede abandonar el pueblo. Algo no permite la huída. Algo siniestro y puro, la maldad más absoluta. La que más hambre tiene...


Los terroríficos sucesos aumentan en intensidad a partir de la segunda mitad de la novela. Y cuando lo hacen, no dejan títere con cabeza. La acción, -especialmente desde la aparición de Mann en su vertiente más fanatista- aleja el halo de realidad y cordura que Diana intenta mostrar, cambiándolo por un horripilante maná de maldad. La meticulosidad con la que Campbell cuenta lo que sucede es tremendamente efectiva. Lenta, densa, pero firme y muy fluida, el ser humano abandona toda esperanza, las relaciones entre personajes se quiebran, y la oscuridad -bendita oscuridad- se apodera de todo el rencor de la sociedad.


Para el final de la novela, es prácticamente seguro que el lector no recordará más de tres o cuatro personajes -de los cientos que aparecen en algún momento-, pero lo que es indudable es que la sensación de agonía relatada se quedará impregnada en la corteza cerebral. Ramsey Campbell es un genio de la descripción. Tiene un don para ubicar al hombre en el plano más controvertido de la conducta humana, y junto con los movimientos de la luna, algo místico, mágico, inmortal, aparece de la nada. Como nada quedará al terminar de leer esta magnífica oda a la falta de luz. 


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