Francia, ese gran país cuyo cine nunca deja a nadie indiferente, es sin duda la cuna del nuevo cine de terror europeo, no sólo por la cantidad de películas que aporta al género, si no por la tremenda calidad que atesoran. "Martyrs" es una explosión de calidad y polémica a partes iguales.
Lucie, un año después de ser raptada, es encontrada caminando por una carretera sin rumbo ni dirección y con la mirada totalmente perdida, como en estado catatónico. Ya en el hospital, entabla amistad con otra niña que ha padecido abusos físicos por parte de su padre. Años más tarde, ambas buscarán venganza.
Sin saber absolutamente nada del por qué del encierro de la niña, la policía da con la pista de un antiguo matadero donde algo terrible se guardaba en secreto. Una sociedad independiente, cuyos rituales habrían sido repudiados, que no dudaba en aplicar sus doctrinas sin importar el dolor...
Misterioso inicio de una película explosiva y enfermiza, cuyo impacto visual es por momentos desagradable, por su realismo, aunque al final del visionado, de alguna manera, queda explicado y razonado.
Es cierto que el film tiene altibajos, pero es una cinta transgresora, violenta y sobre todo, original a todas miras. Sin nada más que la breve introducción de la niña correteando una carretera con los ojos en blanco y ensangrentada, el espectador se ve introducido en un estallido de violencia arrolladora, estéril y visceral. El morbo y la amoralidad se posicionan en el ojo de la tormenta crítica. Una obra polémica, desde luego que lo es, y da exactamente la propaganda que busca el visionario director (muy a tener en cuenta de aquí a un tiempo) Pascal Laugier, que no es otra que demostrar cómo es el ser humano. No hay mejor argumento que la propia falta de humanidad para entender el contenido del mensaje. Poderoso y discutible mensaje.
Como decíamos, justificar la violencia en una película de terror no tendría por qué ser obligatorio. Sin embargo, Laugier solicita la atención del espectador con perturbadoras imágenes, que crean una sensación de ahogo en el espectador durante todo el metraje sin dar muchas respuestas. Durante unos primeros sesenta minutos tremendamente demoledores, tanto en acción como en rapidez de secuencias, el espectador no tiene ni la menor idea del por qué de tanta inusitada violencia, pero no se retira la mirada del embrujo de las imágenes.
A partir de esa primera hora, el teatro del dolor llega a su clímax máximo, centrándose en el discutible y perturbador final, que puede hacerse bastante pesado debido al sangriento trasfondo. En este baile de imágenes chocantes, comienza a hilvanarse un fascinante desenlace, donde el espectador entiende, no sin sorpresa, el por qué de la extrema violencia que precede al éxtasis final.
Las dos actrices protagonistas hace un papel tremendo, con una capacidad de sufrimiento dignas de mención, y llevando su rol a límites insospechados (duro rodaje debió ser, desde luego). Tanto Morjana Alaoui como Mylène Jampanoi llevan sus papeles al grado máximo de resistencia, perceptible en sus miradas y en su buen hacer general, absorbiendo el peso de toda la cinta como si de un agujero negro se tratara. Bien dirigidas por Laugier, y maquilladas con gran perfección y realismo (Premio al mejor Maquillaje en el festival de Sitges, en 2008), las dos jóvenes eligen un camino de complicidad ajena al espectador, que por momentos desea que termine tanta agonía, que cese tamaña agresividad sin control.
El escepticismo no abandona el metraje en ningún momento de la desasosegante historia. La explicidad de ciertas secuencias son ciertamente enfermizas, crueles, provocando un anhelo de polémica tremenda. De hecho, cuando las letras de crédito aparecen, la mente no para de pensar en lo que acaba de pasar. Es tan poco comercial y tan provocativa, que Laugier aplaude desde la distancia, pues es el deseo que buscaba al crear esta ópera prima de caóticas consecuencias. La provocación moral del desenlace no deja a nadie indiferente, y da un soplo de aire fresco inmediato a un género ciertamente estancado como es el terror. Sus imágenes bastante gore no permiten el visionado cómodo a estómagos frágiles, de eso no hay duda. Nunca una película me había causado esa sensación de agonía, empatía y sufrimiento conjunto. Tampoco había experimentado una idea tan demoledora al terminar la misma. En el fondo, es un alivio verla acabar para no seguir formando parte de ese quebradero de cabeza al que el cerebro se ve abocado los noventa minutos que logran atraparnos en ese mundo demencial.
Interesante (y valiente, muy valiente) propuesta del joven director francés, que como Alexandre Ajá ("Alta Tensión", "Silent Hill") o Xavier Palud ("Ellos") logran cautivar a una audiencia necesitada de productos de calidad, y que aunque se excede en el apartado violento, termina dejando un re-gusto a película bien hecha, con buenas ideas, y sobre todo, una capacidad innegable para transgredir. Su discutible final es repulsivo, pero es también reflexivo; y esto otorga a la cinta de una peculiar propaganda amoral (o moral para algunos) sobre el desequilibrio humano que no guiará a un quorum. Preparémonos para el mórbido contertulio final...
No hay comentarios:
Publicar un comentario