Si tenemos en cuenta la pregunta que anticipa de qué irá este escrito, la respuesta que debe darse sería totalmente particular. No podemos decir que los payasos asesinos dan más miedo que los zombies, ni tampoco que los vampiros dan más temor que un dragón de cuatro metros que escupe fuego. Por tanto, este análisis se mantendrá alejado de los tópicos y se ceñirá en sensaciones; sensaciones que se manejan peor cuanto más cotidiano es el elemento surrealista. Veamos.
El escritor británico Ramsey Campbell ha expuesto siempre que el terror no es una herramienta que pueda crearse a imagen y semejanza de cada persona, sino que debe basarse en hechos que ocurren a todas las personas cada día, y desde ese punto, hacer el giro global que potencia la sensación de temor. Si un hecho cualquiera, como puede ser ir a la compra, se transforma en un amargo trago, todas las personas que lean (si es literatura) u observen (si es una película) dicha secuencia empatizarán con el protagonista de la historia. Y lo harán incluso aunque ir de compras no suponga ningún problema para la persona en cuestión. Sin embargo, la manera de retratar un hecho cotidiano, que nos puede pasar a cualquiera, hace que la mente comience a dudar sobre lo que está pasando, y por tanto, dará paso a la irracionalidad menos consciente, y de ahí se cruzará el umbral de la inquietud o el terror.
Por ello comenzaremos hablando de escenas míticas que han quedado clavadas en nuestra memoria de manera espeluznante, o son consideradas secuencias o historias tremendamente efectistas en el campo que nos ocupa: el terror.
Misery: Ya analizada en este blog, Misery es el perfecto ejemplo de algo cotidiano que se convierte en una experiencia atroz. Algo tan sencillo como una buena samaritana rescatando de la fría nieve a un hombre cuya salud pendía de un hilo, desata la demencia más absoluta en forma de pesadilla.
El signo que nos ocupa y que más terror da es, sin duda, la empatía. Tanto en el libro como en la gran película resulta sencillo empatizar con el pobre escritor, que deja claro que la supervivencia de un personaje de ficción queda en segundo plano comparado con la supervivencia de sí mismo. Una de las secuencias mejor conseguidas tiene lugar hacia el final de ambos formatos.
Anne se percata de que John ha salido de la habitación pese a los dolores. Sus constantes brotes psicóticos han ido al alza durante la novela, pero aquí culminan en el episodio más violento, con diferencia. (SPOILER). Con una ira desatada, llena de cólera y voz agitada, la enfermera coge un serrucho y sin mediación, con un silencio y una frialdad sepulcral, corta el pie derecho de su escritor favorito. Stephen King borda la lenta agonía y frustración que John siente, así como el dolor terrible que una amputación produce en un cuerpo ya de por sí masacrado por el accidente de coche.
Empatía es el elemento de unión entre el terror y la injusticia que un hecho así delimita. ¿Cómo puede hacer alguien algo así? Esa es la pregunta con la que juega el autor norteamericano para meternos en una burbuja de atrocidades varias, y donde el hecho aislado se convierte en el foco de la inquietud generada tanto por espectador como por lector.
28 Semanas Después: Impresionante película (aún pendiente de análisis) dirigida por el canario Juan Carlos Fresnadillo. Imponente y arrollador inicio donde la familia superviviente de la zona se ve atacada por una horda de no muertos.
El segmento a analizar es la supervivencia. Sin importar que tu familia se quede atrás, Fresnadillo crea una de las mejores secuencias de terror que recuerdo, dotando a la familia de un trasfondo totalmente frágil con respecto a lo que se les viene encima.
El cobertizo queda en el medio de un valle, donde un río blinda al menos uno de los costados de la casa. La familia cena "plácidamente" en el salón improvisado que deben inventar. Tras varios momentos emotivos bien conseguidos: cariños hacia la mujer por parte del protagonista, ánimos de que todo irá bien y de que todos sobrevivirán al holocausto, etc. Fresnadillo comienza a quebrar la unión de los protagonistas cuando de repente, una horda de monstruos coléricos entra a la fuerza en la casa aprovechando la entrada de un niño que yacía desesperado en la calle. Algunos miembros de la familia van quedando atrás por la velocidad de los no muertos, hasta que llega la magnífica y terrorífica secuencia.
Acorralados en una de las habitaciones superiores, el protagonista consigue junto a su mujer llegar a una salida, pero la mujer pide que espere porque el niño queda encerrado en la puerta contigua, que es un baño. Justo en ese instante de división (SPOILER), los zombies irrumpen en la instancia. La imagen es abrumadora, la mujer consigue a duras penas entrar en el baño donde estaba el niño, pero el marido, prefiere ejercer el instinto de supervivencia, cierra la puerta y consigue marchar huyendo hacia el río (momento que relata la imagen superior), dejando a su mujer abandonada a su suerte.
¿Cómo puede alguien abandonar a su esposa en medio del caos? La angustiosa secuencia apenas dura unos ocho minutos, pero es como un golpe en el bajo vientre. Ver al marido correr sin mirar atrás mientras su familia ha sido devorada por monstruos y su mujer encerrada en un baño, son terroríficas. La situación que el marido vive queda aislada por completo. Nadie se agrada de que sobreviva, pues el sentimiento que consigue alumbrar Fresnadillo es la idea de abandono, la situación de frialdad que gobierna un mundo sitiado de criaturas sin piedad.
Son tantas las escenas y situaciones que forman parte de la cotidianidad de nuestras vidas, que cuesta trabajo plasmarlo en una sola palabra. La capacidad de una persona por temer o ser temido se basa en condiciones de pérdida de control racional. Cuando la irracionalidad nos absorbe, no importa nada más. Nuestra mente ya ha decidido que la desconfianza se apodere de nosotros, y por tanto, nuestros sentidos se empiezan a nublar, quedando la sensación de desasosiego en nuestra actitud.
Empatía y supervivencia. Dos de los elementos más versátiles que la condición humana maneja a su antojo. Dos símbolos que independientemente analizados nada tienen que ver con el terror, pero que orientados a la pérdida del control (cotidianidad contra cambio), se perfilan como bastiones del género, y consiguen que el temor nos invada de manera ilógica.
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