sábado, 17 de noviembre de 2012

Espejos (Mirrors) Capítulo Tercero



Capítulo Tercero

—¿Qué crees que ha podido llevarle a separarse de nosotros? —preguntó Alice a su marido, que seguía absorto mirando el espejo.
—No puedes saber lo que pasa por la cabeza de un niño de nueve años —añadió toscamente Philipp, con la mirada fija en su propio rostro reflejado en el espejo.
—Es la primera vez que se escapa así Phil, ¿algo le ha tenido que pasar? 
—Ali, déjalo estar, tal vez fue un descuido, ya le escuchaste quizás fue ese puesto de golosinas. Todos hemos sido niños alguna vez.
—Pero y su cara Phil, a nuestro hijo le ha pasado algo, estoy segura.
—¡Ya está bien! —gritó violentamente Philipp.
—No es necesario que me chilles –rehusó Alice levantándose bruscamente del sofá.

Alice subió las escaleras rápidamente y se perdió entre las sombras de la casa, pero Philipp continuó observando obnubilado el espejo sin poder apartar la mirada, como hipnotizado.
Eran esas extrañas formas que sujetaban el cristal, unas figuras y relieves verdes que sobresalían hacia fuera como si quisieran saltar sobre él. Debía tener mucho valor en el mercado. Parecía antiguo, muy antiguo. Pero había algo que le impedía pensar siquiera en venderlo, ni por un millón de Euros, algo le obligaba a retenerlo. Al tenerlo en las manos se sentía más seguro, se le olvidaban todas las penas, parecía consumirse con él en una especie de exorcismo imaginario. Era una sensación increíble, como nunca antes había sentido.

Las formas giraban en sentido aleatorio sobre sí mismas formando unos adornos fantasmagóricos; se unían con el cristal como dándose la mano. Comenzó a inclinarlo mientras se miraba, cuando de repente, en la esquina superior derecha del espejo que reflejaba el techo del salón le pareció ver una extraña figura arrastrándose de forma desagradable por el suelo de su casa. En ese momento algo le hizo entrar en razón y consiguió soltar el espejo por primera vez. Se levantó del sofá rápidamente y se fue a donde creyó ver a aquella figura, pero no había nada allí. Echó una mirada a su alrededor en silencio, pero el sepulcro de su casa no le dio ninguna pista. Estaba delirando, o simplemente tenía que irse a dormir cuanto antes, así que llevó el espejo a la mesa de la cocina y sin volver a recaer en él, apagó la luz y subió las escaleras dirigiéndose a su habitación. 

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