viernes, 26 de octubre de 2012

Creep



Como decía un buen amigo: "A ver si pones pelis más independientes". Bien. A ver quien conoce ésta...
Y no es una amenaza, todo lo contrario. Es casi un aliciente, porque la película que nos ocupa tuvo un paso delicado por las retinas de los espectadores. En otras palabras, no tuvo mucha repercusión y sufrió una crítica bastante feroz con respecto a la calidad del producto final, que no desmerece en absoluto.

La totalidad de la historia se ciñe y gira sobre la bella actriz alemana Franka Potente (El Caso Bourne), que en una noche de juerga terrible se queda dormida en el andén de una estación cualquiera del metro londinense. Al despertar, con una resaca considerable, observa que todas las salidas están bloqueadas. Cuando el pánico comienza a hacer acto de presencia, lo que parece el último metro de la noche estaciona frente a ella con el aparente alivio que eso supone. Sin embargo, pronto empieza a notar que algo no marcha bien. Primero, porque el vagón está completamente vacío; y segundo, porque al llegar al final del trayecto, la parada nada tiene que ver con su hogar, sino con una red de túneles oscuros que hacen el lugar de cocheras. El problema no es la oscuridad, sino el ser que la gobierna...

Bajo este interesante -y a la vez, poco original trasfondo- da comienzo el viaje por pasadizos lúgubres y oscuridad latente, donde una lograda ambientación hace sumar bastantes puntos al resultado final del film. La realidad es que la cinta recorre varios caminos del género, cumpliendo en su justa medida con todo lo que el espectador quiere ver (escenas violentas, un asesino extraño y sádico, sustos, etc.). No obstante, los clichés son demasiado evidentes en los protagonistas -especialmente en el papel de la actriz alemana, que rubia donde las haya nos estremece con su estupidez demasiadas veces. Pese a estos obstáculos, la calidad de la cinta tiene varios momentos interesantes, que hacen que la película no deba ser vista desde la infravaloración

Kate, haciendo frente como puede al psicópata que descansa entre los túneles de metro

Por un lado, como añadíamos antes, está  la ambientación y la fotografía de alta calidad. Durante la pesadilla que vive la muchacha, nos encontramos una serie de enfermizos pasadizos, con unos tonos grises muy conseguidos, dando el aspecto de agobio que, sin duda, el director quería conseguir. La sensación de inquietud es total. Debido al giro inteligente de cámara, el espectador no lleva a observar de lleno al demente en la primera mitad de la película (lo cuál es un acierto), dotando de planos directos y detallados de la criatura durante la segunda (lo cuál es otro acierto más). Con esta fórmula de pasadizos oscuros y enigma en la identidad del ser que todo controla ahí abajo, Creep camina lenta pero sobriamente hacia una serie de acontecimientos que -quitando los clichés arriba comentados- dotan a la trama de un alto nivel de intensidad.

Por otro lado, resaltan los momentos gore comedidos que el director decidió insertar, y que no parecen gratuitos, teniendo en cuenta la procedencia del ser -que se va destapando durante el metraje. Elegidos con cuenta gotas, pero muy, muy detallistas, las secuencias se solapan con huidas varias de la protagonista, que en algún momento se encuentra con algún secundario que nada extra añade al contenido global, pero que son necesarios para elevar el nivel de "voy a ponerme justo detrás de esta ventana, para que el monstruo me coma". Bien. Clichés. Bien. ¿Necesarios? ... ya no contesto. El caso es que hay varias secuencias bastante logradas, y cuya tensión y silencios atmosféricos hace que el film se sostenga y no decaiga en su principal valor: entretener. (ojo a la escena de la sala de curas. Agonizante). ¿Un quirófano en un metro?. Bien. ¿Clichés?. Bien...

"No me hagas daño por favor. Te prometo que no diré nada..."

En definitiva, una película suficiente en contenido, suficiente en sustos, normalita en cuanto a desarrollo, pero que nada tiene que ver con un desastre cinematográfico. Insisto, de hecho, tiene buenos momentos que hacen que la película pase del cinco -por los pelos, eso sí- y se quede en un intento de algo que hubiera tenido más tirón con algo menos de estereotipos vistos mil veces en otras películas de género.

Aún así, el director inglés Christopher Smith (con mejor mano en Black Death, con Sean Bean) juega bien con la conseguida ambientación y es capaz de crear situaciones de huida y tensión bastante conseguidas. Mención aparte para la moraleja del final, donde el ser humano vuelve a quedar reflejado en todo su explendor... Aceptable, pero no una ruina.

lunes, 22 de octubre de 2012

Espejos (Mirrors) Capítulo Segundo



Capítulo Segundo

-¿Dani? ¿Estás bien? ¡Dónde diablos te habías metido! -le chilló su madre, que no sabía si abrazarle o castigarle de por vida por separarse de su lado.
-Yo…mamá… - Balbuceó el pequeño atemorizado.
-¡Sabes el susto que nos hemos llevado! ¡tu padre lleva buscándote casi dos horas por todo el mercadillo! – gritaba la madre angustiada.
-¿Dónde te has metido, por Dios? –por el rostro de Alice desembocaba un río de lágrimas y no podía más que abrazar a su hijo, no había nada en el mundo que quisiera más. No pudo regañarle. En un primer instante, ni siquiera se percató de ese extraño objeto que llevaba entre las manos.

Philipp venía corriendo desde el interior del vehículo, después de buscar por todos los rincones del mercadillo, decidió coger de nuevo el coche por si se había extraviado por los alrededores. Su semblante era muy serio, aunque no pudo ocultar su satisfacción porque el pequeño estuviese sano y salvo. Los tres se abrazaron sin hacer más preguntas y poco a poco, los agentes de policía fueron dispersando a la multitud de gente que no hacía otra cosa que enriquecer su morbo y cacarear como gallinas aburridas. La escena se transformó en un estado de aliviada soledad. Su abrazo, entretanto, se iba diluyendo al mismo tiempo que la gente abandonaba  el lugar.


De regreso a casa, el viaje de vuelta se hizo casi más insoportable que el de ida. El ataúd de cuatro ruedas se limitó a poner la banda sonora con su motor gasolina. Philipp guiaba la dirección del coche hacia la derecha por O'connell Street cuando la circunferencia verde lo permitió. La lluvia había cesado al fin, la calma tensa se sujetaba con alfileres.


Es obvio que Philipp quería regañar al pequeño, se notaba por su brusca manera de conducir, cuando estaba a punto de separar sus labios notó una suave mano encima de la suya. Ladeando su cabeza vio los ojos llorosos de Alice, y toda su ira calmó las olas de un mar salvaje. Su rostro seguía siendo precioso. Aún recordaba sus ondulados cabellos moverse contra el viento al caminar por la universidad. ¿Quién podía olvidar aquel año? Primera matrícula de honor en Literatura Inglesa del siglo XVIII, primera presentación oral ante trescientas personas con magnífico resultado, tercer puesto con sus colegas irlandeses, los elocuentemente llamados Pohang Steelers, y por supuesto, la primera vez que habló con esa bella chica francesa en una de las tantas fiestas a las que acudió. Estaba seguro de que fue en febrero, justo después de los exámenes del primer cuatrimestre. Dimitry y Alexei habían preparado la fiesta del año. No sólo ponían su casa al servicio de cien estudiantes deseosos de beber -y aliviar la cabeza de tantas horas de biblioteca- si no también cocinaron una maravillosa comida rusa, que engalanó el estómago de los allí presentes. Con la conciencia más tranquila del año, la fiesta se desarrolló con total normalidad para como solían ser. De hecho, sonreía al comprobar en los archivos de su memoria, que había sido la fiesta más tranquila de su vida. Esta vez no hubo ningún compañero tirado en un sofá con síntomas de embriaguez insoportables. Tampoco recordaba a nadie vomitando la cena rusa en el baño de abajo. En definitiva, la casa de Alexei y “Dima” -como le llamábamos los más allegados- se mantenía en pie, sin haber sufrido ningún daño colateral. A punto de marcharse, Dima se aproximó con una copa de vodka solo en la mano izquierda, y una chica parisina enganchada literalmente de su brazo derecho.


-Querido capullo, ¿podrías echarme una mano con esta delicia? -sonreía graciosamente el dueño de la casa- Es que no se qué me ha dicho de que está caliente... ¡y quiere un par de hielos, idiota!


Dima era el tipo más sensacional que había conocido. Podía emborracharse con él tres días seguidos sin mencionar una palabra en serio, o podía mantener una conversación sobre la creación del universo sin hacer una sola broma. De lo que estaba seguro, era que este hombre se convertiría con el tiempo en uno de sus mejores amigos.


-Por cierto Phil, ésta es Alice, acaba de llegar de Le France. Amiga de sus amigos, encantadora, sincera, millonaria, y sobre todo querido “pringao”, NO alcohólica, lo cual significa que puede llevarnos de ruta por Dublin sin estrellar el coche contra el parlamento ja, ja, ja.


Dima se mofaba de todo, hasta de sí mismo. En un día de otoño, casi recién llegados, no se lo ocurrió otra idea que alquilar un coche para ir a la costa norte de Irlanda cinco o seis días. Lástima que olvidara que se conducía por la izquierda, y que por tanto las glorietas, se toman lógicamente por esa dirección. Si no es por las gestiones del gobierno ruso, el pobre idiota hubiera tenido que pagar los siete mil euros que costaba la columna que arrancó al intentar esquivar el autobús de la ruta 66 que venía por el otro sentido.


-Encantado Alice, espero que este cabeza buque no esté contándote una de sus hábiles gestiones con el ayuntamiento de Dublín -se presentaba Philipp con su exquisita educación alemana.

-¡Hey! Quedamos que eso se quedaría entre nosotros. Recuerda, uno para todos, y todos para uno. Eso decía Alejandro Dumas germano inculto -interrumpía Dima con su sonrisa de oreja a oreja.
-Chicos, no os peléis por mí. Las chicas francesas tenemos fama de aguantar lo que nos echen, ¿recordáis el dicho? Voulez-vous coucher avec moi ce soir? -dejaba Alice su delicada voz entre medias de los dos hombres.
-¡Lo ves Phil! Te dije que en este “cuatri” iba a venir por fin la chica de nuestros sueños.
-La chica de tus sueños, según me has comentado hace un par de minutos, la tienes en tu mano izquierda, y pide a gritos un par de hielos -en clara referencia a la copa.
-Pero como me cuidas, y lo mejor de todo, ¡te fijas en mis chicas! No te preocupes, que en cinco minutos me tienes de vuelta.
-Sólo espero que no te vayas sin despedir como haces siempre Herr Bunker -le llamaban así porque en su puesto de defensa central era difícil regatearle-.
Después de guiñarle el ojo, salió corriendo como una exhalación, sin embargo, no se derramó ni una gota de alcohol a la moqueta. Después de todo, eran estudiantes, uno aprendía a domesticar sus reflejos para no desperdiciar el caro brebaje.
-Así que, ¿eres alemán? -seguía sonriendo Alice.
-De Düsseldorff concretamente, al oeste de Alemania, cerca de Holanda.
-Preciosa ciudad -mientras parpadeaban sus preciosos ojos marrón avellana.
-¿Has estado alguna vez? -preguntó Phil absorto en los mismos.
-Claro. Mi hermana lleva cinco años viviendo en Colonia. Así que cuando voy a visitarla, siempre terminamos pasando unas horas en Düsseldorff. ¿Entonces te vas ya?
-Bueno, mañana debería levantarme temprano para hacer papeleos en Dublin...
-Vaya, es curioso, pero me habían comentado que los alemanes erais unos fiesteros...

Su sonrisa le hacía perder el sentido. No importaba la hora a la que tuviera que levantarse el día después, porque el sólo hecho de mirar su bello rostro, más le valía ni dormir en tres días si fuese necesario.


-Bueno, en ese caso, si tocas a la patria me obligas a quedarme. Tendré que tomarme una cerveza más para no pensar en el madrugón. ¿Me acompañas?

-Oui, monsieur -su sonrisa era tan pícara como atrayente.
Nunca había podido resistirse a una mujer bonita, pero esta vez era distinto. La muchacha tenía tanto morro, que le parecía irresistible. Desde el primer piso, bajando las escaleras como un rinoceronte enfurecido, bajaba Dima con su “renovada” copa.

Ya estaban los tres en plena lucha contra sus hígados. Desde esa fiesta, los tres fueron inseparables, al menos hasta que Dima se insinuó a Alice meses después...


-Mamá, lo siento mucho, no sé que me pasó –dijo el pequeño con voz arrepentida.

-Hijo, no puedes separarte así, sin avisarnos, sea la razón que sea ¿entendido? –replicó la madre de la forma menos irritada posible, debido a la tensión acumulada.
-Nos has dado un susto de muerte Daniel -secundó el padre con una voz tan baja y mustia que hasta Philipp desvió la mirada de la carretera y observó cómo los árboles les adelantaban de manera vertiginosa. Seguía tan tenso y enfadado por lo que pudo haber pasado, que sólo pensó en llegar a casa y desconectar.
-Ha sido un día largo para los tres, intentemos pensar que todo ha quedado atrás y que Daniel no lo volverá a hacer, ¿Verdad jovencito? –con el ceño fruncido a través del espejo retrovisor.
-Lo siento mucho papá…

La familia continuó en silencio a través de la senda de alquitrán por la que se deslizaba el coche, hasta que llegaron a su hogar, que yacía tan oscuro y silencioso que parecía haberse enterado de lo sucedido y esa era su forma de estar en duelo. La casa donde vivían era increíble, Dani siempre decía que le recordaba a la casa de El Resplandor y que solo faltaban las dos niñas que aparecían en el pasillo con el triciclo para ser una copia total. Horas y horas pasaba jugando entre sus paredes, tanto que a veces preocupaba a sus padres tanta soledad. No salía mucho con los compañeros del colegio, ni tampoco con Ryan, el vecino que vivía justo en frente y que cada tarde le llamaba para jugar a la Gameboy. Sin embargo, Dani seleccionaba las visitas de un modo un tanto extraño para un niño de tan solo nueve años. A veces no veía a Ryan ni siquiera una vez a la semana, haciendo que el otro pequeño se fuese rechazado y cabizbajo al no poder jugar con Dani. Sus padres seguían teniendo la sensación de que jugaba más con los dichosos espejos, que con los chicos de su edad.


La “casa de El Resplandor” era increíble, Dani no comprendía la obsesión de sus padres por salir a jugar fuera, ¿pero es que no habían visto las posibilidades de la casa? era impresionante, no entendía tampoco las prisas de Ryan cada vez que venía por abandonar la casa e ir fuera a jugar, ¿de qué tenía miedo?


El caso es que a la accidental llegada del mercadillo, por primera vez sintió un intenso escalofrío al mirar la casa, fue nada más bajar del coche, en el mismo momento en que su padre se percató de lo que llevaba su hijo entre las manos.


-Dani, ¿Qué es eso? ¿Donde lo has encontrado? -preguntó Philipp intrigado, pero también alertado.

-Me lo regaló una señora mayor papá, tenía un puesto de chucherías y me dio una piruleta y…
-¡Daniel, cuantas veces te he dicho que no aceptes cosas de extraños! -chilló Alice interrumpiendo y dando la sensación de que los nervios habían dado cuenta de ella.
-Mamá, era una señora mayor… ellas nunca hacen cosas malas -sonrió timorato.
-Alice, cálmate, es tarde, mañana veremos las cosas de otra manera -intentaba sin éxito Philipp calmar a su esposa.

Entre lágrimas, la madre se marchó subiendo las escaleras con la velocidad de una cebra escapando de un tigre rabioso.


-Deja el puto espejo en la cocina y márchate a dormir, mañana hablaremos.

-Sí papá…

Había sido un día muy largo para la familia Mitchel, así que ni cenaron y se marcharon a dormir nada más llegar. Philipp, por su parte, había decidido quedarse un rato en el salón intentando no pensar. Estaba demasiado exaltado para dormir, y demasiado nervioso para hablar con Alice de nada. Creyó mejor quedarse abajo hasta que ella cayese dormida, descansar, y hablar de todo al día siguiente, con la tranquilidad de saber que su pequeño seguía con ellos pese al susto tremendo de horas atrás. Sediento, se incorporó y anduvo hasta la cocina para coger un vaso de agua cuando vio el espejo inerte colocado en el centro de la mesa, con una especie de sábana cochambrosa que lo cubría en su totalidad.


Alice fue a arropar a al pequeño como siempre, no quería que Dani notara más hostilidades pese al susto, así que intentó actuar con normalidad. Sin embargo, en su rostro pudo observar un temor que nunca antes había apreciado en su hijo. Estaba pálido como la bata de un médico y sus ojos miraban perdidos por alrededor de la habitación casi sin parpadear.

-Hijo, siento que mamá te haya chillado, ¿vale? pero no sabes lo preocupada que estaba por ti, pensé que te habían llevado a algún sitio, pensé que…

Alice rompió a llorar y solo pudo abrazar fuertemente a su hijo mientras las lágrimas empapaban la sábana de muñequitos de nieve que la abuela Cloe le había regalado por navidad. Comenzaba a temblar, no podía ni imaginar lo que sería empezar una nueva y desgraciada vida sin su único vástago. Sólo tenía fuerza para llorar.


-Mamá…

-Dime, mi pequeño -aún entre sollozos.
-Lo siento de veras…
-Venga duérmete, es muy tarde. Mañana será un día mucho más tranquilo -insinuó Alice al muchacho mientras se levantaba de su lado.
- Mamá…
- ¿Sí?
- No quiero que tiréis el espejo.

lunes, 15 de octubre de 2012

Espejos (Mirrors) - Capítulo Primero




Capítulo primero

Siempre le había dicho su madre que no aceptara cosas de extraños,  pero es que desde el comienzo de su niñez le habían entusiasmado los espejos, y no pudo resistirse a sus encantos. No sabía exactamente el por qué, pero le encantaba ver como las sombras se proyectaban en ellos por las noches. Una simple linterna bastaba para poder observar aquello que los mayores no podían percibir, aquello por lo que verdaderamente disfrutaba. El no era de tener muchos amigos, le sobraba con sentarse a oscuras en el frío y viejo ático de sus abuelos para experimentar lo que los espejos le mostraban. Sus padres siempre le atosigaban con falacias del tipo: “¿Por qué no vas con tus amigos a jugar?”, “¿Quieres que vayamos a ver a los primos?”, pero Dani lo ignoraba por completo. Su soledad no era más que una sombra alargada que suscitaba felicidad. Dicho estado de placidez se definía en un total desconocimiento de lo que los espejos podían reflectar. De hecho, nadie conocía su verdadero poder, muchos hoy en día se siguen pensando que están formados de cristal, reflejan la realidad, etc. Sin embargo, la realidad es mucho más cruda de lo que pueda aparentar su reflejo. 
Hacía un frío estremecedor esa noche, la lluvia repiqueteaba en el techo del coche como puños de agua. Absorto, Dani miraba en silencio a los dos brazos en forma de parabrisas esmerándose por expulsar las gotas de agua hacia los costados. El vehículo hacía lo que podía para continuar por el río de asfalto, pues la lluvia no cesaba. La pausa de un semáforo en rojo hizo que por primera vez se quebrara el silencio. 
-Sí que está cayendo una buena, ¿eh? -desafió el padre de Dani al silencio.
-Sí -aceptó el muchacho el desafío con voz casi imperceptible. 

Alice y Philipp sabían que su hijo no hablaba mucho. Nunca lo había hecho. 
Y no porque tuviera un problema de autismo -como había sugerido su profesor- sino porque parecía sentirse más cómodo en silencio que cuando hablaba. De hecho, les sorprendía que su comportamiento cambiara cuando estaba en presencia de sus abuelos. Parecía otro niño. Desde que comenzó a hablar, y coincidiendo casi de forma simultánea con el nuevo puesto de trabajo de Alice, cuando Dani se quedaba en casa de sus abuelos hasta que su madre acababa la jornada laboral, era la experiencia más agradable de toda el día. Quizá el hecho de tener ese luminoso ático en el último piso tenía algo que ver. Allí, el pequeño se encontraba como pez en el agua. Nadie le molestaba, no había prácticamente ruido de fondo, de hecho, apenas se escuchaban los fogones de la cocina de Cloe mientras preparaba esas deliciosas natillas caseras que tanto entusiasmaban a Dani. El ático estaba sumido en una perfecta oscuridad, gracias en parte a las cortinas que Alice había hecho unos años atrás. Sin embargo, cuando se abría el ataúd de tela, la luz penetraba en aquella instancia con la fuerza de mil soles. Curiosamente, allí nadie le decía que hablaba poco, quizá por esa tranquilidad que sólo sus abuelos podían proporcionarle. 

El coche lentamente iba aminorando la velocidad hasta quedar estacionado en un barrizal de arena mojada. Cuando el coche entreabrió sus alas, la ventisca de viento y lluvia golpeó en el rostro de la familia. Los cabellos de Alice se aliaban con la tormenta como un fiel lacayo, pareciendo formar parte del ejército de viento. Corriendo como gacelas ante el ataque del rey de la selva, llegaron a la única parte del recinto que estaba cubierta. Atestada de gente, la jauría de agua horizontal seguía delimitando el paso, y ralentizaba los minutos hasta parecer horas. 

-¿Cómo puede haber tanta gente pese a estar lloviendo a mares? -secundó Philipp al aullido del viento.
-Lo mismo pensarán ellos de nosotros, querido -irónicamente replicó su mujer dejando entrever que no tendrían que haber venido en una noche tan lluviosa.
-No te enfades Al, sabes perfectamente que hoy era el último día, y además, ¡adoro los mercadillos medievales!
-De verdad... me tenía que haber casado con ese chico búlgaro tan guapo que me presentó Harán en Liverpool -atacaba con una preciosa sonrisa malvada Alice.
-Nunca te han gustado los búlgaros y lo sabes... son raros -se defendía como podía Philipp.
-¡Envidioso! -gritaba a la vez que guiñaba un ojo a Dani, el cuál hacía una mueca parecida a una media sonrisa. 

Este tipo de conversaciones siempre le hacían sonreír; hasta cierto punto, el pequeño adoraba las discusiones en tono de humor, le hacían divertirse. En cierto modo, pensaba que simplemente lo hacían para llamar su atención y hacerle reír. Por contra, lo pasaba realmente mal cuando sus padres regañaban en serio. Odiaba eso. Aún recordaba la vez en que su padre había llegado muy borracho de una cena con sus ex-compañeros de universidad de Maynooth, aparcando el coche encima de la acera y siendo traído por la Garda en condiciones deplorables. Alice comenzó a refunfuñar palabras en francés -siempre le salía su lengua materna cuando estaba realmente cabreada- mientras pedía sonrojada disculpas a los agentes. Una vez se fueron, ni corta ni perezosa metió a su marido en la ducha, con ropa incluida, y pese a las quejas de Philipp, se quedó impertérrita esperando que la resaca diera la bienvenida al hombre. En vez de eso, lo que sucedió fue una escena que Dani nunca quiso haber presenciado, pero que sin embargo, seguía metida dentro de su cabeza como la peor escena sangrienta de una película de terror. Philipp se levantó empapado de la ducha y empezó a replicarla en tono amenazante, que si volvía a hacer eso, la tiraría por la ventana. Después de descender a la cocina gritándose el uno al otro por toda la casa, la guerra verbal continuó entre fogones. A Dani le aterrorizaba la idea de la separación, de hecho, en el cole, muchos de sus compañeros estaban siendo resquebrajados de la unidad familiar, y él, no quería formar parte de esa estadística.

-Mirad chicos -señaló el padre al cielo- parece que por fin está escampando.
Aunque la sombra de la noche iba deslizándose sobre Dublin, se podía percibir vagamente como la luna se hacía hueco entre las nubes de manera tímida. A los pocos minutos, toda la gente estaba andando por el barrizal de Croke Park, mirando puestos, comparando precios y observando de reojo al cielo a ver si la tregua seguía en pie. 

Era curioso cómo le encantaban los mercados medievales. Aún rememoraba cada año, a modo de extraño aniversario, la aparición de lo que él llamaba “la mejor adaptación de un libro nunca vista”. Alice, de hecho, no quería saber nada del lado más “friqui” de su marido, y en cuanto metía el primer DVD de El Señor de los Anillos, huía del salón a la misma velocidad que un atún lo haría de una ballena. Cuando se conocieron, era igual. No debía sorprenderse de que cada año tuvieran que cruzar todo Dublin para estar las dos o tres horas de rigor viendo cimitarras musulmanas del siglo XV, harapos bereberes del IX, escudos romanos de la edad de hierro, etc. Cualquier cosa podía encontrarse en ese mercado, la verdad. Hace dos años, después de varias ediciones del evento, por fin encontró la cota de malla con la que Elijah Wood encarnó a Frodo Bolsón en La Comunidad del Anillo. 

Sin embargo, este año todo parecía torcerse por momentos, ya no sólo por el día marcado por la lluvia, también por el extraño cambio que Dani había dado. Incluso varios de sus profesores habían solicitado más de una reunión con ellos, debido entre otras cosas a su imparable bajón académico, y también por su alejamiento con sus compañeros de clase. Según los profes, como los pequeños les llamaban, Dani pasaba la mayor parte del recreo en completa soledad, sin menor compañía que su propia sombra. Alice le había preguntado mil veces el por qué de su interés por los espejos, pero la única respuesta que solía recibir era: lo que me dejan ver a través de ellos. 

Se separó de sus padres un solo instante. Una suave ráfaga de viento se deslizó por detrás de su espalda, como si el susurro de una mano hubiese pasado cerca. Pese a todo, se giró, intranquilo, y observó un puesto realmente extraño. Daba la sensación de que nadie lo podía ver, pues la gente pasaba de largo, no percatándose de su mera existencia. 

La lluvia, gracias sin duda a las plegarias de Philipp, había cesado por completo, aunque el barro luchaba consigo mismo por no desaparecer, como la “nada” en La Historia Interminable. Perezosamente, Dani se separaba de sus ocupados padres; alejándose de ellos como una mariposa abandona su crisálida. La intranquilidad le rodeaba de un incómodo silencio, que contrastaba con el bullicio de los transeúntes. Se acercó ante la llamada de la señora mayor que lo regentaba. No se escuchaba un alma, desde el primer contacto con el pequeño puesto, parecía que la atmósfera se había separado de la corteza terrestre. Aquella sensación de desasosiego se incrementaba por momentos. 

Dani permanecía a unos tres metros del puesto, pues no se atrevía a desafiar la extraña mirada de aquella anciana. Era bajita, poco más alta que el propio Dani, los gusanos de su piel parecían no transportar sangre, pues su tez era tan blanca como la luz de la luna. Su espalda estaba encorvada hacia abajo, dando la sensación de ser incluso de menor tamaño si cabe; sus manos dejaban entrever los estragos de la edad, anchas carreteras de arrugas serpenteaban hacia el interior de las negras mangas. Unas deformes y afiladas uñas amenazaban con resquebrajarse en pedazos, su color, un repulsivo y pálido añil, dejaba un malestar estomacal en Dani. Sus pupilas eran blancas, de hecho, el chico pensó enseguida en alguna película de terror para buscarle semejanza. Eran ojos que daban miedo. Aquella señora tenía una voz con marcado acento eslavo que verdaderamente ponía el vello de punta. La distancia de tres metros se fue acortando, y el pequeño, bien por miedo o por lástima, se acercaba sigilosamente al puesto regentado por la misteriosa anciana, cuando esta de repente, despegó lo que se asemejaba a unos labios: 

-Me alegra que puedas verme pequeño, eso demuestra que eres especial ¿quieres una piruleta? -Preguntó la vieja con voz queda.
-Una de fresa -dubitativo el niño, casi imperceptible.
-Eso está hecho pequeño.
-¿Por qué no vendes cosas?
-Bueno, me educaron para regalárselas a las personitas especiales, como tú -desafío la anciana.
-No soy especial.
-Estoy segura de que lo eres, pero no lo sabes. ¿Por qué no aceptas este otro regalo? Apuesto a que te gusta incluso más que la piruleta -deslizando su encorvado y deformado cuerpo, la anciana se escabulló en los bajos de su destartalado puesto y sacó del mismo una especie de espejo de un tamaño considerable. El pequeño pareció perder todos los nervios de una tacada, y de un felino movimiento arrancó el espejo de las endebles manos de la diminuta vieja. 

Sin mediar más palabras, Dani tenía entre sus débiles manos un espejo tapado con una especie de colcha que ocupaba casi la mitad del tamaño del chico. Justo en ese momento una sensación se apoderó de sus sentidos, no pudo explicarlo con palabras porque casi no podía respirar, el corazón le latía a tanta velocidad que parecía que iba a salirse de su pecho, y el pulso le fallaba casi dejandocaer el espejo al suelo.

Un sudor frío le llenaba la frente como una fuerte lluvia en el rostro, pero no podía soltar el espejo aunque quisiera. En ese preciso instante, cerró los ojos y creyó entrar en una oscura dimensión de sensaciones. Una fría capa negra se coló entre sus párpados haciéndole estremecer, un torrente de maldad quizás demasiado cruel para que un niño de nueve años pudiera soportarlo. 

En el fondo del siniestro pasillo en el que Dani se encontraba yacía una figura que se acercaba poco a poco. Era una oscuridad enfermiza, que no le dejaba respirar. Atónito, con los ojos abiertos como platos, incapaz siquiera de gritar, paralizado por el miedo, sentía tal horror, como si unas manos apretaran su cuello preparándole para una muerte agónica. La sombra se detuvo al final de la tiniebla y desapareció entre las grises brumas de aquel extraño mundo, Dani deslizó sus ojos hacia abajo y recordó que entre sus manos seguía aquel misterioso espejo que la anciana le había entregado. No pudo hacer otra cosa que mirarlo y quedarse totalmente anonadado de lo que estaba viendo, algo que nunca podría olvidar, tan espantoso que hizo que no parpadeara durante miles de minutos, al menos así de largo le pareció al pequeño hasta que de repente algo le agarró por el hombro y le sacó de su letargo, ese brazo le sacó de esa maldita pesadilla y como si de encender la luz se tratara, apareció de nuevo en las afueras del mercadillo, donde su madre desconsolada, llorando le esperaba a unos pocos metros de donde él y el policía que le agarraba estaban.

Dani sólo recordaba el horror que había pasado en aquel bizarro mundo de oscuridad y ruidos infernales, por no hablar de la siniestra sombra que había en el horizonte…

Entre los meneos del policía pudo girar su cabeza y observar que no había ningún puesto en ningún lugar. No lo podía comprender, porque estaba seguro de que estaba allí, de haber hablado con la anciana, de la piruleta que le había ofrecido, también recordó que la gente parecía ignorar ese puesto pero… ¿qué estaba ocurriendo?

¿Por qué había tantas luces de policía girando sin parar? tantos murmullos, un montón de gente mirándole mientras el policía le llevaba hasta sus padres. Todo era tan confuso que no podía entender nada, sólo deseaba volver a casa, y por supuesto, no soltar el espejo...

domingo, 14 de octubre de 2012

Cube



Vincenzo Natali, autor canadiense del que nadie oyó hablar jamás, se saca de la manga una película de ciencia-ficción intensa y original como ella sola. Sin actores ni guionistas conocidos, sin muchos medios, y sin el apoyo de una distribuidora, pero con un ingenio incomparable, Cube maneja a la perfección (pese a ciertos errores típicos de una primera cinta) la exasperación y la intriga por saber qué ocurre dentro de ese maldito cubo.

La idea y la sinópsis no puede ser más sencillas: En un cubo gigante lleno de habitaciones, todas ellas iguales exceptuando el color, se levantan de repente varios extraños de lo más variopinto: un policía, un genio matemático, un arquitecto, un doctor, un maestro escapista y un discapacitado. Todos ellos en una habitación diferente, deberán ir avanzando por el laberíntico emplazamiento hasta encontrarse y poder juntos encontrar una salida al maquiavélico juego en el que se han visto involucrados. 

Cuando las leyes de la física no siempre se cumple, cuando en las habitaciones puede pasar de todo, las sospechas comienzan a aparecer. Ya no sólo entre los protagonistas, sino en las propias trampas que yacen en el interior del cubo. Aparentemente brillantes en sus capacidades individuales, la unión de todos no hará sino mantener esa desconfianza que maquilla la intensidad de la película hasta un grado bastante elevado. Atención a la impactante secuencia de inicio. Un acierto y un clásico desde su visionado.


El hecho de que el elenco de actores sea desconocido sólo hace que potenciar el film más aún, pues nada resalta más que la atmósfera y el extraño suceso de verse de repente metido en una plataforma gigante en forma de cubo. Con esta premisa tan sencilla, como decíamos, convence el director canadiense a la audiencia de manera brillante. El aire fresco a serie B y sus decorados sencillos engañan a primera vista, pues parece que veremos una monótona historia donde los personajes no salen del cubo durante todo el metraje. Nada de eso. El ritmo se mantiene ágil desde el chocante inicio hasta el indescriptible desenlace -que lamentablemente vino dado como un filón para hacer hasta cuatro películas más- y no se detiene en medias tintas.

El desánimo se acrecenta cuando las trampas son más complicadas de ejecutar

¿Problemillas? Claro. Siempre hay alguno. Es inevitable en este tipo de cine independiente, de culto podríamos decir. Y es que el guión va diluyendo leve y moderadamente el interés inicial. No es repetitiva, pues cada habitación descubre un mundo de originalidad. Sin embargo, la lentitud por la que a veces es guiada hace disminuir la brillantez del inicio, aunque no lo consigue totalmente con su correcto final.

En definitiva, extraña y bastante original película que se ha quedado grabada en los anales del cine fantástico como un clásico, de corte independiente, pero un clásico al fin y al cabo. Ese punto de cine de autor que va yendo y viniendo en la trama es una correcta visión del mundo matemático y físico, que unido a ciertos estereotipos más comerciales aúna los clichés necesarios para salir adelante de manera sutil. Una película para verla cuando tu miente está inquieta y cansada del cine de palomitas.

jueves, 11 de octubre de 2012

¿Qué es lo que genera terror?



Si tenemos en cuenta la pregunta que anticipa de qué irá este escrito, la respuesta que debe darse sería totalmente particular. No podemos decir que los payasos asesinos dan más miedo que los zombies, ni tampoco que los vampiros dan más temor que un dragón de cuatro metros que escupe fuego. Por tanto, este análisis se mantendrá alejado de los tópicos y se ceñirá en sensaciones; sensaciones que se manejan peor cuanto más cotidiano es el elemento surrealista. Veamos.

El escritor británico Ramsey Campbell ha expuesto siempre que el terror no es una herramienta que pueda crearse a imagen y semejanza de cada persona, sino que debe basarse en hechos que ocurren a todas las personas cada día, y desde ese punto, hacer el giro global que potencia la sensación de temor. Si un hecho cualquiera, como puede ser ir a la compra, se transforma en un amargo trago, todas las personas que lean (si es literatura) u observen (si es una película) dicha secuencia empatizarán con el protagonista de la historia. Y lo harán incluso aunque ir de compras no suponga ningún problema para la persona en cuestión. Sin embargo, la manera de retratar un hecho cotidiano, que nos puede pasar a cualquiera, hace que la mente comience a dudar sobre lo que está pasando, y por tanto, dará paso a la irracionalidad menos consciente, y de ahí se cruzará el umbral de la inquietud o el terror.

Por ello comenzaremos hablando de escenas míticas que han quedado clavadas en nuestra memoria de manera espeluznante, o son consideradas secuencias o historias tremendamente efectistas en el campo que nos ocupa: el terror. 

Misery: Ya analizada en este blog, Misery es el perfecto ejemplo de algo cotidiano que se convierte en una experiencia atroz. Algo tan sencillo como una buena samaritana rescatando de la fría nieve a un hombre cuya salud pendía de un hilo, desata la demencia más absoluta en forma de pesadilla. 


El signo que nos ocupa y que más terror da es, sin duda, la empatía. Tanto en el libro como en la gran película resulta sencillo empatizar con el pobre escritor, que deja claro que la supervivencia de un personaje de ficción queda en segundo plano comparado con la supervivencia de sí mismo. Una de las secuencias mejor conseguidas tiene lugar hacia el final de ambos formatos. 

Anne se percata de que John ha salido de la habitación pese a los dolores. Sus constantes brotes psicóticos han ido al alza durante la novela, pero aquí culminan en el episodio más violento, con diferencia. (SPOILER). Con una ira desatada, llena de cólera y voz agitada, la enfermera coge un serrucho y sin mediación, con un silencio y una frialdad sepulcral, corta el pie derecho de su escritor favorito. Stephen King borda la lenta agonía y frustración que John siente, así como el dolor terrible que una amputación produce en un cuerpo ya de por sí masacrado por el accidente de coche. 

Empatía es el elemento de unión entre el terror y la injusticia que un hecho así delimita. ¿Cómo puede hacer alguien algo así? Esa es la pregunta con la que juega el autor norteamericano para meternos en una burbuja de atrocidades varias, y donde el hecho aislado se convierte en el foco de la inquietud generada tanto por espectador como por lector.

28 Semanas Después: Impresionante película (aún pendiente de análisis) dirigida por el canario Juan Carlos Fresnadillo. Imponente y arrollador inicio donde la familia superviviente de la zona se ve atacada por una horda de no muertos.


El segmento a analizar es la supervivencia. Sin importar que tu familia se quede atrás, Fresnadillo crea una de las mejores secuencias de terror que recuerdo, dotando a la familia de un trasfondo totalmente frágil con respecto a lo que se les viene encima.

El cobertizo queda en el medio de un valle, donde un río blinda al menos uno de los costados de la casa. La familia cena "plácidamente" en el salón improvisado que deben inventar. Tras varios momentos emotivos bien conseguidos: cariños hacia la mujer por parte del protagonista, ánimos de que todo irá bien y de que todos sobrevivirán al holocausto, etc. Fresnadillo comienza a quebrar la unión de los protagonistas cuando de repente, una horda de monstruos coléricos entra a la fuerza en la casa aprovechando la entrada de un niño que yacía desesperado en la calle. Algunos miembros de la familia van quedando atrás por la velocidad de los no muertos, hasta que llega la magnífica y terrorífica secuencia.

Acorralados en una de las habitaciones superiores, el protagonista consigue junto a su mujer llegar a una salida, pero la mujer pide que espere porque el niño queda encerrado en la puerta contigua, que es un baño. Justo en ese instante de división (SPOILER), los zombies irrumpen en la instancia. La imagen es abrumadora, la mujer consigue a duras penas entrar en el baño donde estaba el niño, pero el marido, prefiere ejercer el instinto de supervivencia, cierra la puerta y consigue marchar huyendo hacia el río (momento que relata la imagen superior), dejando a su mujer abandonada a su suerte.

¿Cómo puede alguien abandonar a su esposa en medio del caos? La angustiosa secuencia apenas dura unos ocho minutos, pero es como un golpe en el bajo vientre. Ver al marido correr sin mirar atrás mientras su familia ha sido devorada por monstruos y su mujer encerrada en un baño, son terroríficas. La situación que el marido vive queda aislada por completo. Nadie se agrada de que sobreviva, pues el sentimiento que consigue alumbrar Fresnadillo es la idea de abandono, la situación de frialdad que gobierna un mundo sitiado de criaturas sin piedad.


Son tantas las escenas y situaciones que forman parte de la cotidianidad de nuestras vidas, que cuesta trabajo plasmarlo en una sola palabra. La capacidad de una persona por temer o ser temido se basa en condiciones de pérdida de control racional. Cuando la irracionalidad nos absorbe, no importa nada más. Nuestra mente ya ha decidido que la desconfianza se apodere de nosotros, y por tanto, nuestros sentidos se empiezan a nublar, quedando la sensación de desasosiego en nuestra actitud.

Empatía y supervivencia. Dos de los elementos más versátiles que la condición humana maneja a su antojo. Dos símbolos que independientemente analizados nada tienen que ver con el terror, pero que orientados a la pérdida del control (cotidianidad contra cambio), se perfilan como bastiones del género, y consiguen que el temor nos invada de manera ilógica. 

lunes, 1 de octubre de 2012

Arrástrame al Infierno



Después de varios "paseos" por el cine de superhéroes con la trilogía de Spiderman, el gran Sam Raimi decidió volver al género que le vio nacer como director de género: el terror. Su inigualable y fantástica "Evil Dead" ha quedado para siempre en las retinas de los cinéfilos más nostálgicos por su mezcla de gore, terror y un brillante humor negro que hace que se te salten los puntos de la herida anterior.

Con este auto-homenaje, Raimi vuelve a las raíces más puras del cine que le hizo famoso. A ratos terrorífica, a ratos desternillante por los puntos de humor crudo y burdo que tiene. Es bonito ver cómo la industria de Hollywood aún puede renovarse, después de haber caído en la comercialidad total con la trilogía del hombre araña (aunque hay que decir que siempre tuvo ese cierto aire a serie B que tan bien queda). Pese a todo, como decía, es entrañable el paso lateral que el director americano ha dado, entrañable por momentos, que sus fans desde luego agradecen sobremanera.

La joven Christine (Alison Lohman) trabaja en un banco de los Angeles, donde, felizmente convive con su novio Clay (Justin Long). En un equilibrio y felicidad total, un día recibe la visita de una pobre anciana que necesita una moratoria para que no le desahucien. Pese a los lamentos de la señora, Christine decide no otorgarle ese crédito que tanto anhela, haciendo que la anciana entre en cólera y le lance una maldición que hará de su vida un infierno.

"Señorita, le imploro de rodillas que me conceda lo que le pido..."

El tema de la superstición y la superchería es terrible. Especialmente en mi caso, que tengo absoluto pavor a las famosas "señoras gitanas con ramo de romero", esta película me dejó quieto en el sofá durante los noventa minutos que dura. "Que no me pase a mí, que no me pase a mí" fue lo más repetido mientras mi hermana literalmente se descojonaba de mí ("mala yerba").

Es evidente que el género del terror busca re-editar los temores más ancestrales de las personas en general, pero si encima toca la fibra de la personal... mal asunto. Dicho de manera cómica, pues no deja de ser un tema totalmente supersticioso, la película yace desde lo más común, como es un día normal trabajando en un banco contra lo más profano y arcaico de nuestra existencia: el escepticismo. Esta última palabra es una espada de Damocles para la película, pues, si no sientes ningún temor al "rito del romero" como le pasa a un servidor, puede crear una sensación relativa de incoherencia con lo que sucede. No obstante, la tuerca gira en la otra dirección si se observa la película sin pretensiones culturales o supersticiosas, es divertida y terrorífica a partes casi iguales, no dando la sensación de agobio que pudiera generar sin los golpes de humor.

Efectivo papel el que realiza la actriz ataviada con un maquillaje adecuado

Con un guión firmado a partes iguales por Sam e Ivan Raimi (su hermano), muy diligentemente asociado a lo que un film de terror debe dar, la trama se sostiene a la perfección hasta el interesante final, que no hace sino amedrentar todas las esperanzas que el ser humano tiene cuando todo parece que comienza a ir mejor y bajas los brazos. La sorpresa final no resta un ápice de interés al metraje, es más, diría todo lo contrario, suma bastantes puntos de interés a la trama, que bien lidiada, termina con un dulce (o agrio, según se mire) desenlace, que hace que termines la película con sonrisa de medio lado.

El hechizo se lanza con un enigma intrínseco muy concurrido en el cine americano. Los clichés de esta industria nunca nos abandonarán. En otras palabras, el malo: extranjero. Y si, en este caso ocurre exactamente lo mismo, la anciana es húngara, aunque el brillante papel es ejecutado por una eterna secundaria Lorna Raver (señora Ganush). Asquerosa y entrañable a partes iguales (ya veréis por qué), la señora Ganush siembra un caos en la vida perfecta de la bella Christine. La maldición se conjura con tanta ira que las escenas de terror a veces rozan lo absurdo, pero es Sam Raimi, por lo tanto, se espera y prácticamente se desea que se rueden así. Repito, sin pretensiones de ningún tipo, es una película interesante y divertida. Muy divertida.

Mencionábamos la palabra escepticismo unos renglones más arriba. Sí. Existe en la sociedad de nuestros días (también roza el terror la situación donde nos rigen los vientos políticos) y es difícil de combatir cuando la cotidianidad de nuestras vidas nos ciega. Ahí está el rol de Clay, el perfecto profesor que mantiene a Christine alejada de "ramilletes de romero" y demás paparruchas. Es el único enlace que mantiene a Christine en el mundo racional, pero, ¿qué es lo racional cuando sólo tú ves lo irracional?. Es un juego efectista a todas miras, pues trae consecuencias de soledad y locura en la protagonista, que no entiende el por qué del conjuro, y que obsesa, intenta con medios chabacanos de todo tipo librarse del mismo.

Con un sinfín de situaciones ridículas, y otras tantas algo menos absurdas, "Arrástrame al infierno" se marcha con una sonrisa pura, la que te queda cuando algo está bien hecho. Un auténtico placer ver a Raimi de vuelta del género del que nunca debió salir. ¡Ah!, recordad, si veis una gitana con un ramillete de romero: ¡HUIR si podéis! Por lo que pueda pasar...