miércoles, 22 de agosto de 2012

El Exorcista



Si alguna vez se ha difundido un miedo inherente a cualquier mente humana, por fuerte que esta sea, es sin duda "El Exorcista". Tanto libro como película son un alarde de buena ejecución e intención. Temible es por sí sola, la presencia de un ente extraño en el cuerpo de una niña de doce años; mostrando así la batalla más cruel que se puede librar en la humanidad: la inocencia de un niño contra la infernal sabiduría del viejo demonio.

En lo que es, casi sin dudas, la mejor adaptación de la obra de William Peter Blatty, una niña (Regan) comienza a sufrir cambios en su personalidad, en lo que en principio, los médicos no asocian a problemas físicos o mentales de ninguna índole. Con el paso de los días, algunos sucesos paranormales, como levitaciones o la manifestación de una fuerza sobrehumana, hacen que la madre acuda a un sacerdote especialista en exorcismos, pues la dolencia es más espiritual que de otro tipo. El demonio se ha apoderado de ella.

Aún recuerdo el mal cuerpo que se me quedó cuando vi por primera vez la película, con mis buenos diecitantos años, en una casita de pueblo con todo a oscuras y deseando que terminara ya, para acto seguido, ir acompañado de vuelta a casa. No quiero ni pensar lo que sentirían las personas al verla en el año 1973, donde los efectos especiales quedaban aún lejos de ser considerados magníficos o bonitos, etc.

No es de extrañar por tanto, que la película obtuviera la etiqueta de "la más terrorífica de toda la historia". De hecho, creo que hoy día, sigue ostentando dicha mención, pues es acongojante a todas miras. Obtener el premio de la academia de los Oscars como mejor guión adaptado, no debe caer en saco roto, pues el mismo fue firmado por el autor del libro. Ahora tiene sentido ver el resultado de los crudos y endemoniados diálogos que mantienen la niña y el sacerdote: sencillamente geniales.

William Blatty es un autor curioso no obstante, porque comenzó a escribir "El Exorcista" alrededor de 1950, cuando obnubilado por un caso real de exorcismos en Maryland, decidió investigar por su cuenta, para terminar su ópera prima en 1972, cuando el tema de ritos satánicos y posesiones no estaba para nada a la orden del día. De ahí su  impacto mediático. Cuando obtuvo el Oscar al mejor guión al año siguiente, la fama se apoderó de él, y no fue hasta 1980, cuando escribió la continuación (con mucha menor calidad), tomándose otros diez más para sacar su tercer libro (terminando su trilogía: Legión). 

Pese a su poco prolífica carrera literaria, no se puede negar que esta obra permanecerá por siempre en los anales de la historia. Es sobrecogedora, sencillamente impactante. Desde el principio la novela está tratada con mimo y dedicación, con unos términos médicos y psicológicos muy eficientes y concisos. Sin embargo, es la agónica historia la que atrapa, quedando todo lo demás atrás. La maquiavélica red que teje el demonio sobre la niña es espeluznante, ver como poco a poco los síntomas se van manifestando, sin prisa, al tiento, es apabullante y atrapa. 

Durante toda la novela, es perceptible el exquisito gusto del autor por la historia, por mantener la tensión y por no contar los hechos de manera atropellada, dividiendo la carga teatral en pequeñas dosis, que bien tomadas, desembocan en un torrente de maldad y deshumanización sin límites. Regan se ve atrapada en una vorágine de abusos, y su cuerpo, detalladamente narrado, cambia de un capítulo a otro de forma realista. La embriagadora preocupación de la madre es otro de los puntos álgidos de la narración. Sus esfuerzos por llevarla a los mejores doctores, las respuestas de estos diciendo que la niña está bien, que sólo es estrés, etc, desmenuzan sus nervios hasta percibir la desesperación de una madre, que ve como su hija tiene algo en su interior, e incluso, se siente amenazada debido a los últimos cambios más convulsos de la pequeña, donde insultos e intentos de agresión se suceden con más periodicidad. 

Bajo esta inteligente premisa, Blatty obedece a los cánones del género con perfecta armonía. Las largas secuencias narrativas se van adentrando en la cargada atmósfera con precisión cirujana. No sobra ni una sola palabra, y las acciones que el demonio perpetra en Regan ponen los pelos de punta, especialmente al ver como la criatura va ganando poder tan poco a poco, que se hace fuerte en su intento por desestabilizar a la familia por completo, dejando la duda y la incertidumbre en el corrosivo aire que se respira durante el ritual. 

"El demonio puede ser, cuando quiere, muy tentador…"

Precisamente el ritual es una de las partes en las que película y libro se complementan a la perfección. En la parte cinematográfica, el director ejerce su rol de montador de los hechos acontecidos en el libro de manera triunfal. William Friedkin muestra con total realismo las situaciones críticas que se viven en el interior de la casa, y no deja que nadie salga de ella, eliminando la capacidad del espectador por parpadear. 

En definitiva, un documento videográfico tremendo. Pese a su antigüedad, su visionado se antoja imprescindible, pues es un auténtico escándalo de sentimientos, que sin duda, perdurará con el tiempo. Los papeles de Linda Blair (Regan) y Max von Sydow (Padre Karras) son estremecedores, quedando delimitados perfectamente entre la fina línea que va desde el amor al odio, desde el cielo hasta el infierno, desde el bien hasta el mal. Los pequeños pasos que hacen avanzar o retroceder al demonio por esa línea están elegantemente delimitados. A veces gana uno, a veces es el otro quien toma la delantera, creando una situación insostenible que atrapa en la agónica e inverosímil situación. 

Sin duda, mejor no leer el libro a oscuras; así como se recomienda también dejar las persianas subidas cuando se vea el film. Para amantes del riesgo, olvídense de el anterior párrafo.

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